Texto de presentación del libro Paul de Épinettes o la mixomatosis panóptica de Jann-Marc Rouillan [Traducción de Enrique Alda, Pepitas de calabaza ed. & Llaüt] para este sábado en la Feria del Libro de BCN
Cuando me puse a trabajar en la presentación de este libro, aún sin saber qué iba a decir, empecé a poner un poco de orden en el desorden en mi mesa mientras se abría el ordenador. De repente, tenía en mis manos dos hojitas arrancadas hace tiempo de una agenda y el título del texto enseguida me llamó la atención. Lo sobrevolé y pensaba: ¡ésta es la introducción para presentar el libro!
Resumido, el texto dice así:
“El 13 de septiembre tuvo lugar, en la República Federal, un censo de la población; aparte de los datos habituales exigían esta vez explicaciones muy detalladas sobre las condiciones de vivienda y empresas industriales – para usos exclusivamente estadísticos, como se decía oficialmente. Para disipar la desconfianza, el presidente federal en persona tuvo que asegurar que ni la policía ni las oficinas de vivienda y hacienda tendrían acceso a las listas. ... Pero el 4 de octubre, los Ministerios de Interior y de Finanzas de Baja Sajonia decidieron utilizar los resultados del censo por razones de ahorro, como decían. Y también en los municipios del Sur de Alemania se utilizaron estas listas, a pesar de las promesas oficiales de que esto no ocurriría. Lo estremecedor de todo el asunto es que, en el fondo, nadie se indignó sobremanera. Desde el principio, la opinión pública no había esperado otra cosa. ... En efecto, es difícil imaginarse un caso que explicara de forma más clara la situación actual, ya que demuestra que el capital moral del Estado se ha agotado.
La generación anterior creció todavía con la idea de que una “declaración oficial” significaba un grado máximo de confianza. Hoy, sin embargo, el primer pensamiento ante un comunicado oficial es: ¡Seguro que hay gato encerrado! ...
¿Alguien puede imaginarse aún los otros tiempos? Aquellos tiempos, cuando el Estado era una dimensión invisible del cual apenas se percataba algo porque las oficinas de vivienda, hacienda y trabajo aún no existían y los cuestionarios para el censo tampoco. Si se hubiera preguntado a un ciudadano qué era, en el fondo, el Estado, hubiera contestado seguramente que el Estado es la fuente del Derecho y el guardián del orden y de la seguridad. Mas esto era antes de 1914, al final de un período largo de paz, cuando aún se creía en el Estado de Derecho y cuando se pensaba que la tarea más importante del Estado era garantizar la libertad individual de las personas. Con la primera guerra mundial el Estado dejó de ser un Estado de Derecho para convertirse paulatinamente en un Estado de poder –en definición de la autora del texto-. La disciplina se convirtió en el fundamento de este Estado de poder. Y el ideal ya no era la libertad personal, sino la autoridad. El Estado de poder piensa en categorías de objetos, en colectivos como ejército y consumidores y no cree en el sujeto, en el individuo...
Este desarrollo no ha terminado ni mucho menos con la Segunda Guerra mundial, porque ahora hemos entrado en la fase de las guerras civiles, la fase de la guerra permanente en el frente interior, y una vez más rigen la ley de la guerra y la disciplina de los Estados; disciplina máxima para salvar la libertad, así es la antítesis.
Hoy en día los gobiernos parecen más bien una fuerza de ocupación, en su propio país, que intenta derrotar al adversario ideológico, al enemigo interior. Por eso, el Estado moderno ha de ser, por su misma razón de ser, un Estado de poder, y casi se podría afirmar que los partidos no son otra cosa que ejércitos para la guerra civil.
Y con ello se impone la pregunta ¿qué espacio vital queda a las personas, en cuanto no sólo son ciudadanos, sino también individuos? ... La naturaleza del Estado depende de si los ciudadanos lo dominan o si éste domina a sus ciudadanos. El Estado moderno como Estado de poder representa una amenaza constante para las personas, y por ello el ciudadano de hoy debe ser opositor y debe oponer resistencia siempre y cuando el Estado viole el Derecho y no cumpla con su palabra.”
Este texto cuyo título es precisamente El Estado como amenaza permanente del hombre no es de una anarquista, como quizás se podría desprender. Fue escrito por la periodista alemana Marion Gräfin Dönhoff, una liberal en el sentido originario de la palabra, defensora siempre de la justicia y las libertades individuales. Cuando escribió este artículo, en noviembre de 1950[1], George Orwell había publicado -un año antes- su famosa novela 1984 en la cual anticipó el Estado totalitario y preventivo. A pesar de vivir en aquel entonces los años oscuros y duros de la guerra fría, esta novela era, para la mayoría de la gente, pura ciencia-ficción y nadie podía imaginarse que dos décadas después estaríamos de hecho en la siguiente fase del Estado, la del Estado omnipresente, del Estado de control y vigilancia permanente de los ciudadanos, con otras palabras del Estado panóptico.
El libro de Jann-Marc Rouillan, Paul de Épinettes o la mixomatosis panóptica, pertenece al género de la literatura carcelaria que comprende cartas, diarios, autobiografías y biografías, relatos, poesía..., todos textos escritos por personas que han sufrido el encarcelamiento, que escriben sobre la cárcel y contra la cárcel. En la solapa del libro leemos: “Esta novela es una descarnada denuncia del actual sistema penitenciario, un sistema que mantiene suspendidos en el vacío a miles y miles de seres humanos, apartándolos para no incomodar la mirada de la ciudadanía biempensante.” Para mí, el libro no sólo es una denuncia del sistema carcelario, sino, como lo formuló una vez en un artículo Luis Andrés Edo[2], una denuncia de “la cárcel mayor: la sociedad”. Porque en la sociedad en que vivimos, con los Estados nacionales cada vez más dependientes de una supraestructura compuesta por muy pocas personas que dictan sus decisiones pasando por encima de todos los principios democráticos, pues en esta sociedad las libertades individuales prácticamente ya no existen y el control, la represión y esclavización son cada vez mayores -véase las últimas decisiones de la Comisión de la UE sobre la jornada laboral y el referéndum en Irlanda.
Volviendo al libro, primero conviene quizás esclarecer la palabra *panóptico –que según la definición del diccionario de la Real Academia significa:
*adj. Dicho de un edificio: Construido de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto.
Esta definición suprime naturalmente un elemento muy importante, porque el modelo de este edificio, el llamado Panopticon, no se ideó para cualquier edificio, sino precisamente para la construcción de fábricas, cárceles e instituciones similares. El inventor era un compatriota de George Orwell, pero no de la era del Gran Hermano, sino de mucho antes. Su nombre fue Jeremy Bentham que vivió entre 1748-1832. Unos doscientos años más tarde, Michel Foucault caracterizaba esta idea del Panopticon en su libro Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión como un principio importante de orden de las sociedades que él llama sociedades disciplinarias. Marion Gräfin Dönhoff, en su artículo, ya había hecho referencia a este aspecto de la disciplina como fundamento de los Estados modernos. Un párrafo de la obra de Foucault recogida por Rouillan, dice así:
«El modelo panóptico de Bentham plantea la idea de que el poder debe ser visible y no comprobable.
Visible: el detenido tendrá siempre ante los ojos la alargada silueta de la torre central desde la que le espían.
No comprobable: el detenido no debe saber nunca que le están observando.
Pero debe estar seguro de que pueden hacerlo cuando quieran.»
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