18 jul 2008

Nihilisme i Revolució

Con frecuencia, vemos en los entornos antagonistas una tendencia a la justificación de la ignorancia, la pereza y la vaguería, la cual lleva a una negación sistemática de todo, sin que de ella surjan nuevas alternativas reales y efectivas. Si queremos destruir algo, antes debemos saber qué es lo que queremos destruir, por qué y qué proponemos nosotros.

La apología de la ignorancia


El miedo domina el mundo. Este hecho es evidenciado desde los frentes críticos desde hace ya tiempo. Y sin embargo, nos asusta comprobar que desde éstos mismos, se potencia la ignorancia de la que nace ese sentimiento. Observamos con asco el nihilismo que impera entre nuestras filas. La pasiva negación de lo que nos han enseñado a odiar. Primero dejas la coca-cola porque es símbolo del capitalismo; después la carne porque has leído acerca de su incompatibilidad con el antiautoritarismo; estás decididamente contra las farmacéuticas y por la antipsiquiatría; y por supuesto niegas la ciencia y el progreso. Todo esto es muy loable, pero en realidad no te has parado a pensar las razones, tus propios motivos. En las charlas, los argumentos, infinitamente repetidos, no dejan hueco a la duda, a la crítica de la crítica. Las consignas llenan el vacío de cerebros que han sido instruidos para odiar y reprobar todo lo que viene de los malos: los ricos, los poderosos, los políticos, los empresarios, los científicos, los periodistas, los profesores...Las camisetas se llenan de parches contra el trabajo y chapas contra las cárceles; y a las preguntas de “gente que no es del rollo” las explicaciones brotan limpias y brillantes, seguras y dictadas. En muchas ocasiones escuchamos propaganda antitransgénicos, lo peligrosas que son las antenas y lo autoritaria que es la educación. Por una parte, la derecha conservadora se opone al avance por su pútrida moral católica; por otra, la izquierda paternalista llama a la prudencia pretendiendo protegernos de una verdad que no estamos preparados para encajar. Pero a nosotros nos preocupa la ignorancia que hay detrás del antagonismo indiscriminado. Creemos necesario analizar cuál es la idea central del lo que criticamos, qué es lo que en realidad consideramos injusto, qué es lo que nos quema exactamente. Así podremos rechazarlo de una manera justificada (de cara a otros, pero sobretodo de cara a nuestro propio discurso) para poder darle dirección a las alternativas que nazcan después de la crítica, buscando así las vías que nos ayudarán a construir lo que hasta ahora sólo soñamos. Con cabeza.

Si nos fijamos en la psiquiatría, por ejemplo, es preciso saber si lo que nos rompe las entrañas es cómo tratan a las personas, la medicación indiscriminada y normalizadora, la clasificación arbitraria, o todo ello a la vez, y por qué (para lo que hace falta informarse y aprender- no sólo de fuentes críticas o afines-) y así poder buscar una forma solidaria y efectiva de responder ante este problema. Lo mismo ocurre con los transgénicos: si lo que nos preocupa son las consecuencias biológicas, nuestra crítica y nuestras propuestas serán diferentes que si lo que tememos son las consecuencias sociopolíticas derivadas. Creemos que el “no” indiscriminado y sin argumentos se basa en la ignorancia, es más cómodo y contrario a la radicalidad de la que presumimos. Es como si aceptáramos un pack de cosas que odiar por ser anarquistas.

Un poco de humildad nos ayudaría a ver que otros muchos, de orientaciones y épocas muy distantes a las nuestras, han hablado de cosas como la libertad, la educación, la ciencia, la ética, la justicia…y leer sus teorías pueden ayudarnos a mejorar nuestras críticas y organizar nuestro pensamiento, ya sea absorbiendo algo de ellas o analizando qué es lo que realmente criticamos de las mismas. Informarse y profundizar en la crítica exige más esfuerzo que negarlo todo, pero lo creemos necesario (y si te lo curras con propósito firme, también es interesante y divertido) si queremos abrir una grieta real.


Cuando la negación se convierte en fin y las alternativas no existen


Viendo la conquista de la negación y la crítica de todos los sistemas que vienen del poder, así como sus derivados, no vemos sin embargo una respuesta positiva que sirva de alternativa a lo que nos brindan desde arriba. Explicándolo mejor, siendo anarquistas es muy fácil y rápido hacer una crítica a un determinado ámbito que nos sea impuesto desde los poderes, así como abandonar sus prácticas (esto último puede exigir más esfuerzo), precisamente porque en las sociedades donde vivimos todo se nos es impuesto desde arriba: desde la medicina a la arquitectura, desde las costumbres a la manera de organizarnos.

En un primer momento, los movimientos que renieguen de estas maneras de hacer las cosas (en el caso del anarquismo nos encontramos con una crítica a la base, por lo que todos sus subproductos entran dentro del saco de lo que querríamos eliminar) deben abandonar esas prácticas. El problema viene cuando se debe hacer el trabajo más difícil y que requiere mayor esfuerzo: plantear las alternativas correspondientes a cada uno de los ámbitos antes criticados, negados y finalmente destruidos o abandonados. En este último y más importante paso la mayoría nos caemos, y aceptamos la mitad del camino como si fuese todo el trayecto a realizar, a la espera de que algún nuevo especialista o genio nos ilumine; o a la espera de la eterna nueva generación que cambie la dirección de nuestra inercia. Pero esto no sucede, y vemos que sin embargo las negaciones que constituían el primer paso, al no encontrar camino por el que seguir, se empiezan a creer a sí mismas como el propio fin al que se aspiraba, olvidando las metas, como si en la memoria ya no cupiesen más maneras de decir no al Estado y a sus formas. El medio sustituye de nuevo al fin.

Así, vemos como las críticas y las negaciones se convierten en soluciones definitivas, que en realidad nos ponen en una gran desventaja frente a nuestros enemigos. Renegaremos, de este modo, de la medicina, pero no ofreceremos alternativa y nos moriremos con enfermedades que ésta podría curar; abandonaremos los transgénicos, pero no sabremos cómo mejorar la autogestión de nuestra alimentación; renegaremos de la ciencia, sin auto-educarnos de una manera al menos tan potente como los científicos hacen; renegaremos de la escuela y la universidad, abandonando los puntos de vista que no nos gustan sin haber aprendido nada y sin crear espacios que las suplan; renegaremos de la psicología sin absorber de ella conocimientos que nos podrían (o no) servir; y así un largo etcétera.

Dejemos de estar orgullosos de sobrevivir, lo queremos todo significa que no nos contentamos con las migajas o con las basuras del sistema que odiamos. Si hacemos críticas, planteemos soluciones prácticas y reales al mismo tiempo.

(Klinamen)

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