La victoria de la selección española lleva a la calle a una muchedumbre enfervorizada, alcoholizada y frenética.
Valencia, tierra conquistada y más papista que el Papa, vuelve a teñirse de rojo y walda para celebrar un hito nacional. Las calles y plazas se colman de jóvenes y no tan jóvenes agitando banderas de España franquistas, postfranquistas, con el toro, sin escudo... entre cánticos, gritos, bocinazos y petardos. Una noche para celebrar que España ha podido, como profetizaban los señores progres de Cuatro y Sexta.
Un nuevo día para el desenfreno y el sentimiento nacional ha agitado a una población que olvida o ni siquiera conoce que la Europa del 2000 retrocede un siglo en materia laboral, instaura el racismo en defensa del bienestar burgués y el estado español se hunde en una crisis que le lleva a la miseria, alza los precios de recursos básicos, recorta los derechos individuales, se sume en el paro masivo...
El circo de estos últimos meses a nivel mediático ha surtido efecto, la primera cortina de humo sobre la crisis nacional-capitalista, cumple su papel. La campaña mediática de enaltecimiento del fervor patriótico a través de la selección de fútbol, consigue el rendimiento esperado, amplificado ferozmente por el resto de los mass-media, ante una situación que comienza a ser trágica para la pseudodemocracia burguesa.
El fútbol sigue siendo el opio del pueblo.
Esperemos que la resaca de la victoria deportiva de la selección no sea empañada por la realidad de las condiciones de las personas que habitan el estado de la selección campeona de Europa.
Todas las naciones europeas esperaban conseguir el acontecimiento de la victoria para acallar críticas y obtener unos días de calma en la crisis mundial derivada del petróleo. Un caramelo para las clases populares, que gustan mucho de distraerse con cualquier mosca que pase cerca de su mirada para no hacer frente a una vida desencantada y sin ilusión. España ganó ese balón de oxígeno tras un paro empresarial en el transporte que ha colapsado el país, amenaza de huelga general social, el planteamiento del referéndum nacional vasco, la caída del rey, graves casos de corrupción en las instituciones policiales, judiciales y políticas locales...
Aire, un respiro para Zapatero que se atrbuirá la victoria del equipo, como lo hará el partido de la oposición.
Aire, pero momentáneo, esperemos que solo sea una explosión frenética de una sociedad desencantada que celebra cualquier cosa por la frustración de la certeza de que el sistema es una vía muerta, el resplandor deslumbante de la bipolaridad que deviene en la resignación.
Valencia, sacrificada tras la conquista es una de las cunas del españolismo más recalcitrante y proto-fascista. Vivió la Eurocopa como una victoria de dimensiones bíblicas, consciente del lugar que ha de adoptar en la realidad política, estar cerca de su amo, riendo sus chistes y lamiendo su mano.
Valencia salió con los estandartes a la calle, muchas de las manos que los mostraban, solo querían alcohol y desparrame, fruto del hedonismo tardocapitalista, aprovecharon la oportunidad que dan las licencias deportivas para darse un homenaje al amparo del beneplácito de una policía y unas leyes que reprimen el uso público de la calle y el ocio no reglado desde hace unos años, bajo la excusa de la cóntaminación acústica y la seguridad.
La noche de la victoria todo vale, todo.
A pesar del colapso por el acontecimiento futbolístico, el enaltecimiento de los valores españolistas, luego se presenta el nacionalismo como enemigo de las libertades sociales, que no niego que lo sea, pero nunca se refieriéndose a su nacionalismo, sino a todos los nacionalismos no-españoles.
Aunque se oyeron gritar las más lindas sandeces españolistas, el clamor popular, otra vez, volvío a ser "Alcohol, alcohol..."
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