"Mi nombre es Francisca González Ramírez, y tenía un hermano del cual supongo se acordará, su nombre era Valentín González Ramírez y murió con veinte años de un pelotazo de goma de la policía en el mercado de abastos de Valencia, el día 25 de junio del año 1979, en una huelga, legalizada, de trabajadores de la colla de dicho mercado".
Hace unos meses recibí una carta que empezaba así, con vocación de crónica periodística. Francisca me recordaba que durante un tiempo tuvo un hermano, y que demasiado pronto dejó de tenerlo. Y ahora quiere saber si nos acordamos de él porque la CGT planea elaborar un libro y montar una exposición para cuando el año que viene se cumplan tres décadas de aquella atrocidad.
La semana pasada gentes con buena memoria se juntaron en el punto exacto donde Valentín cayó con el corazón anegado en sangre, y un año más depositaron rosas rojas. Este sitio tan cambiado, en unos tiempos tan distintos. Un lugar sin placa conmemorativa junto al instituto de enseñanza que por supuesto (¡por supuesto!) no lleva su nombre.
Pues claro que nos acordamos de aquel buen mozo de manos grandes, encajonado inerte en el túmulo A de la morgue, ajeno ya a las preocupaciones salariales y a las ilusiones por la novia y el proyecto de coche. Y de aquella silueta suya trazada con tiza en el asfalto, con una cruz en el pecho, que solo la tormenta después del entierro alcanzaría borrar. Aún vemos las carretillas paradas, rindiendo honores en su verticalidad, y las flores que caían de los balcones de una ciudad paralizada mientras transcurría la impresionante comitiva fúnebre. Recordamos a su padre, también Valentín, también anarquista y trabajador en huelga, apaleado por un guardia y defendido por el joven un minuto antes de que el proyectil le fulminara. Aquel hombre al que tanto se habría parecido Valentín en caso de que le hubieran permitido alcanzar (ahora) su edad. Un cargador recio y roto que, abrazado a la hija, caminaría kilómetros tras el coche fúnebre.
Y tampoco olvidamos al joven y prometedor señor gobernador (ausente) que no solo no reconoció falta ni mandó investigar, sino que además se atrevió a decir que la policía (grises entonces, todo gris) había sido demasiado blanda.
No podemos, por tanto, recordar a aquel que disparó, ni al que ordenó intervenir de forma tan brutal en un conflicto legalizado y pacífico. Ni siquiera sabemos si algún documento en los archivos oficiales lleva el nombre de Valentín.
Algunas veces, en los últimos 29 años, he pensado en el policía que apretó el gatillo a quemarropa, en si habrá visto la luz democrática, en si habrá llegado a sumarse a una huelga…, en si de vez en cuando se despierta por las noches… En qué les habrá contado a los hijos sobre su misión durante aquellos tiempos confusos en que demasiados jóvenes, obreros y estudiantes que no habían nacido para héroes ni víctimas, se vieron obligados a hacer su vida a orillas de la muerte.
Rosa Solbes (Rojo y Negro)
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