Me sorprendía hace unos días (ver abajo) que la enviada especial de El País en Atenas se hubiera quedado sentada ante el televisor el día del entierro de Alexis y de la multitudinaria manifestación estudiantil en la plaza Síntagma. Tiende una a pensar que un enviado especial debería estar en el ojo del huracán, allí donde están teniendo lugar los acontecimientos que va a relatarnos, pero también entiende una que todos somos humanos: la enviada especial podría estar alojada en un hotel de un barrio residencial a las afueras de Atenas (es decir, el centro le quedaba un poco lejos, y el transporte está complicado en esta ciudad desde hace una semana), y ese día podría haber estado agotada y haberse quedado medio dormida ante la tele, sin fuerzas siquiera para pulsar el mando a distancia y cambiar de canal. Estas cosas son comprensibles.
También puedo llegar a entender que la enviada especial de El País tenga la mala suerte de preguntar a Nikos, a Yannis y a Kostas, y que los tres sean fachas. Es mucha mala suerte, no digo que no, pero podría pasar.
Lo que de ninguna manera me cabe en la cabeza es que alguien que haya pisado Atenas y se haya dado una vuelta por Exarjia (lo que se supone que debería haber hecho cualquiera que pretenda informar sobre lo que está pasando en esta ciudad desde hace ya una semana larga) se atreva a decir que este barrio es un gueto. Las carcajadas de todos aquellos con quienes lo he comentado, y han sido muchísimos, han llegado a menudo a las lágrimas. Y siempre, superado el ataque de risa, me preguntan: “¿Dónde se aloja esta enviada especial?”.
Personalmente, empiezo a pensar que no se aloja en ningún sitio. Que no hay enviada especial de El País en Atenas. Es imposible. Pero si resulta que me equivoco y sí que la hay, aprovecho la ocasión para invitarla a tomarse un frapé conmigo en la plaza Exarjia. Que venga con tiempo, porque de paso daremos una vuelta por el barrio.
Partiremos del este, donde Exarjia linda con Kolonaki, uno de los barrios más pijos de Atenas (todo el mundo sabe que los guetos suelen lindar con los barrios exclusivos). Pasaremos por el Instituto Francés (a los franceses les va la marcha, así que prefieren albergar sus instituciones cerca de los guetos), el Goethe Institut (los alemanes no se enteran) y el Instituto Cervantes (los españoles no podemos permitirnos alquilar un local si no es cerca de un gueto, claro). Ya en territorio propiamente exarjiota, dejaremos atrás la Facultad de Magisterio y la de Derecho, pasaremos ante la sede central del Pasok, en pleno centro del barrio (es natural que los socialistas quieran su sede central en un gueto, porque eso les acerca al pueblo), y de camino al Politejnío la enviada especial de El País tendrá ocasión de observar que vivo en el barrio con mayor densidad de librerías de toda la ciudad. Verá también la gran cantidad de pequeños talleres tipográficos donde todavía se hacen libros al estilo tradicional, ediciones bellísimas hechas a mano. Y tiendas de instrumentos musicales cada cien metros.
Pasaremos corriendo y semiencapuchadas ante el Politejnío, no sea que nos caiga un bote lacrimógeno en la cabeza, y nos plantaremos en el Museo Arqueológico Nacional, también en Exarjia. Y de allí hacia el norte, donde explicaré a la enviada especial de El País que esos locales cuyos carteles me temo que no entiende son sedes de todo tipo de grupos políticos (de izquierdas, claro está), de agrupaciones antiglobalización, de asociaciones de vecinos, de asambleas de ciudadanos que organizan actividades diversas.
Que éste no es un barrio de vecinos a la antigua usanza, de ancianos y jubilados, no será necesario que se lo señale. Podrá verlo por sí misma. De lo que Exarjia está llena, y a todas horas, es de jóvenes (en su mayoría universitarios), de tabernas, de bares de copas y de terrazas. Es uno de los centros de la vida nocturna ateniense.
Hay algo en lo que la enviada especial de El País sí tenía razón: en Exarjia hay serios problemas con la heroína desde hace años (aunque debo precisar que en Grecia no sucede como en España, donde la heroína va de la mano de la delincuencia). Hace apenas un par de meses la situación llegó a un punto nunca visto hasta entonces: los yonquis y los traficantes ocupaban la plaza Exarjia a todas horas, incluso estaban prácticamente alojados en ella, durmiendo en el césped. Los vecinos y los propietarios de los locales de los alrededores se hartaron de llamar a la policía denunciándolo. Todos sabemos a qué hora y dónde llegan los traficantes a repartir su mercancía. Todos menos la policía, al parecer. Ni una sola vez se dio una vuelta por la plaza.
Lo único que le interesa a la policía en este barrio son los “anarquistas”. Sólo salen de la comisaría con cascos, escudos y botes lacrimógenos colgados de la chaqueta para hacer la ronda en busca de “jóvenes alborotadores” (y siempre los encuentran). Es vox pópuli que no sólo hacen la vista gorda con los traficantes, sino que intentan incentivar que el barrio se llene de yonquis. Mejor yonquis que anarquistas.
Los vecinos decidieron tomar cartas en el asunto. Obviamente no se tomaron la justicia por su cuenta. Es un barrio de izquierdas, insisto. Lo que hicieron fue intentar recuperar la plaza para los vecinos organizando eventos diversos: mercadillos de trueque, sesiones de DJ’s, asambleas, entre otras actividades.
Quisiera además insistir en el asunto de la presencia policial en el barrio. Con motivo de las Olimpiadas en Atenas, el gobierno se puso manos a la obra dispuesto a ofrecer una imagen del país acorde con las exigencias de quienes mandan en Occidente. Logró desarticular de una manera más bien rocambolesca el grupo terrorista 17-N, declaró que la cuna del “eje del mal” de los grupos antisistema estaba en Exarjia y prometió, al más puro estilo Bush, limpiar ese mal de la ciudad. El embajador de Estados Unidos en Grecia se quedó tan contento, que afirmó por televisión que viajar a Atenas aquel verano de 2004 era seguro tanto para los equipos estadounidenses como para el público.
Desde entonces Exarjia está tomada veinticuatro horas al día, siete días por semana, por los MAT (la policía antidisturbios), siempre en uniforme de asalto, dispuestos a liarse a porrazos y a rociarnos con sus gases lacrimógenos a la primera ocasión que se les presenta; ocasiones que han ido tanto de un insulto por parte de transeúntes hartos de verse permanentemente rodeados de antidisturbios, hasta el lanzamiento de alguna que otra botella vacía –que, como por desgracia hemos visto, podía ser respondida con balas.
La omnipresente presencia policial –una presencia en la mayoría de los casos simbólica en lo que se refiere a “protección ciudadana”, pero especialmente provocadora por lo que respecta a posibles “sospechosos de provocar disturbios” (léase llevar el pelo largo, o vestir con ropa negra o deportiva)– se ha hecho insoportable para los vecinos del barrio, que sólo deseamos que acabe de una vez por todas este absurdo e injustificado estado de sitio.
Entiendo que ni siquiera el mejor periodista del mundo podría estar enterado de todo. Es difícil escribir con propiedad tanto de los acontecimientos en Grecia esta última semana como de El Salvador, de la intelectualidad de los imanes, de las plantas que vienen de América, de los inmigrantes luteranos, de Groenlandia y de la prostitución (algunos de los temas sobre los que la enviada especial de El País ha escrito este año). Lo que cada quien se vea obligado a hacer para ganarse el sueldo me tiene sin cuidado. Los hay que se meten a policías.
Me sorprende, no obstante, que un periódico como El País recurra a trabajadores que igual planchan un huevo que fríen una corbata para cubrir eventos tan importantes como los que están teniendo lugar en Grecia esta semana. O acaso lo que sucede es que El País ha enviado especialmente a la persona adecuada, a la que no tiene demasiados problemas o no le queda más remedio que seguir la línea ideológica que día a día destilan casi todas las páginas en las que se aborda este tema: repetir hasta la saciedad que lo que está sucediendo a este lado del Mediterráneo no son más que altercados protagonizados por anarquistas radicales y vándalos.
Un abrazo desde el gueto.
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