28 jun 2008

Experiència d'Antonio Valera, pres FIES durant més de deu anys.

El régimen de aislamiento de las prisiones españolas ha sido denunciado repetidamente por diversas organizaciones de defensa de los Derechos Humanos y de las personas presas.

Desde que en los años 80 la administración socialista que entonces dirigía Antoni Asunción inventara el régimen F.I.E.S. (Fichero de Internos de Especial Seguimiento), que incluía diversas categorías, entre las que se encontraban aquella que incluía a presos con antecedentes fuguitas, líderes de motines y/o aquellos que eran considerados por la administración como peligrosos, muchos son los que han sufrido un régimen como el que describe Antonio Valera en esta entrevista

Antonio Valera fue preso FIES durante muchos años y, recientemente publicaba Volando en la cárcel?, un libro donde recoge su experiencia [1].

Ikusi (eta ikasi!!:)

http://www.dosorillas.org/spip.php?article1029

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"VOLANDO EN LA CARCEL"
Tàndem Edicions
A. Varela

Con esta novela, Antonio Valera inicia un viaje sin retorno a la verdadera libertad: la que se apoya en el amor de los que le rodean y en la sorpresa y la curiosidad ante lo cotidiano. La escritura y divulgación de Volando en la cárcel hacen posible su libertad diez años antes de lo previsto. Hoy, sin barrotes de por medio, en compañi­a de su pareja y del pequeño Vicente, hijo de ambos, se gana la vida con su trabajo y disfruta de la amistad de los que tienen el privilegio de conocerlo. El proceso de creación de Volando en la cárcel le permite deshacerse de los demonios que han determinado su vida y nos devuelve a un Antonio Valera crí­tico, vital e ilusionado. Esta reflexión descubre la tenacidad de un ser humano por superar el sufrimiento, la adversidad y la desesperación. Con un esfuerzo titá¡nico, recupera la memoria y supera el pasado.

Volando en la cárcel ha sido escrito en el módulo cuatro de la cárcel de Picassent en Valencia. Sus páginas llenas de sinceridad, emoción y reflexión nos regalan una lectura sorprendente que capta nuestra atención hasta el final.

Extraido de IMC-Barcelona



Corría julio de 1991 cuando un joven de unos 25 años, de piel clara y pelo moreno ensortijado, cara de niño bueno e impropiamente vestido para la ocasión con unas bermudas, unas zapatillas playeras y una camisa casi abierta hasta el ombligo, era conducido hasta la sala de vistas de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial en medio de unas medidas de seguridad excepcionales. Cuatro policías le escoltaban por el pasillo sin quitarle los ojos de encima ni un instante. En cada una de sus muñecas el chaval llevaba bien apretado un juego de esposas, que le unían a otros dos corpulentos agentes.

Nada parecía justificar tanta vigilancia. Nada, salvo su nombre: Antonio Valera Hidalgo. Porque ya en ese momento, y pese a su juventud, ese chico murciano estaba considerado uno de los presos más peligrosos de España y arrastraba a sus espaldas un espectacular historial de fugas, agresiones a funcionarios, desobediencia a la autoridad, peleas con otros internos, desacatos, atentados y hasta un homicidio cometido entre rejas: el de un pobre desgraciado a quien le agujereó el pellejo con un pincho casero, en el trullo de Teruel, por el sólo delito de haberle insultado.

¡Levántese, le espetó el presidente del tribunal, ya en la sala. ¡No!, respondió el muchacho. ¡Le digo que muestre respeto a este tribunal y que se levante!, insistió el magistrado. ¡No!, reiteró el chico, que añadió, retador :¡Dónde dice que debo declarar puesto en pie?!.

¿¿Le ordeno que se levante!!, ladró el juez, furioso, para sentir un instante después cómo una violenta y fría sensación de temor y estupor se le aferraba a la nuca. Indiferente a las esposas que le mantenían los brazos atados a la espalda, Valera Hidalgo había dado un salto salvaje, se hab�a plantado en tres zancadas ante el tribunal, se había encaramado sobre la mesa con un gesto felino y, antes de que los agentes que lo custodiaban alcanzasen a comprender qué estaba ocurriendo, la había emprendido a patadas con el perplejo juez, cuyos labios, gafas de vista y dignidad quedaron igualmente maltrechos tras el inesperado ataque.

Cuando los policías consiguieron reducirlo y emprendieron el regreso hacia los calabozos, Valera Hidalgo sonreía complacido. No sólo le había tapado la boca al magistrado, sino que de paso se había apuntado un tanto no menos satisfactorio: se había suspendido el juicio y le habían abierto una nueva causa en Murcia. Eso le garantizaba un tiempo sin rodar de una prisión a otra, un tiempo en Sangonera, un tiempo en su tierra -en ocasiones, desde la celda podía ver los parajes por los que correteó de crío-, un tiempo en el que podría recibir visitas de su familia.

Se sentía satisfecho después de calentarle los morros al viejo juez, a un protector de los carceleros, a uno de esos que miran hacia otro lado ante las vulneraciones de derechos humanos en las prisiones.

(Cartelera Libertaria)

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