25 may 2008

Lliçons del Cabanyal.

¿En qué se parece Rita Barberá a Nicolae Ceaucescu? Mirándolo bien, los dos tienen una retirada a Hannibal Lecter, aunque el viejo caníbal era mucho más sutil de lo que fue nunca el conducator o lo que quisiera ser ahora nuestra Rita.

Creo entender a estos tipos: aman tanto a sus ciudades que no tienen inconveniente en sorberles los sesos. Quieren dejar su impronta aunque sea en forma de una horripilante pezuña.

Quizá, en el fondo, tienen dudas con su firma (hay analfabetos muy aparentes), y por eso han de presionar con el pulgar sobre la hoja limpia. Del resultado de todo ello seguirán hablando algunas generaciones posteriores a la nuestra, porque los crímenes arquitectónicos permanecen para siempre en la retina.

Lo que ha hecho el Supremo autorizando la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez no es solo sentenciar a muerte un barrio tan bello como El Cabanyal. Esos barbudos togados, con toda la severidad de su cargo, le están diciendo a Rita que puede hacer lo que quiera con Valencia, que Valencia está en sus manos como una frágil doncella a la que se puede manosear libremente. Ceaucescu tampoco tuvo ningún complejo: en los años ochenta demolió en Bucarest 10.000 viviendas y expulsó de ellas a 100.000 personas. Su objetivo era construir un Parlamento fastuoso que aún ahora se manifiesta en postales de dudoso gusto, pero en el fondo estaba convencido de que la ciudad era suya y, como los faraones, su pirámide sería alabada por los siglos de los siglos. Este hombre impávido fue arrollado por la revolución del 89 pero la pregunta es: ¿quién descabalgará a Rita de su macizo sillón antes de que convierta Valencia en otra postal irreversiblemente kitsch?

Sería injusto, por otro lado, atribuir en solitario a nuestra rotunda alcaldesa el cariz que está tomando la capital de todos los valencianos. La Ciudad de las Artes y las Ciencias, por ejemplo, fue un proyecto iniciado en época socialista. Lo que pocos intuyeron entonces, en aquellos primeros noventa, fue la magnitud del desastre que Calatrava estaba a punto de perpetrar en aras de una supuesta modernidad. Yo también simpaticé -lo confieso- con la historia de amor del de Benimàmet con el hormigón blanco, y al principio lo tomé por un pontífice inofensivo dispuesto a jugar al escondite con la historia del arte occidental. En aquel tiempo un arquitecto con blasones mucho menos espectaculares (y por lo tanto, más sólidos) como Helio Piñón me advirtió de que Calatrava hacía "arquitectura para amas de casa" (sic) y solo mucho después he comprendido por qué su estilo le va como anillo al dedo a Rita Barberá. Rita es una mestressa que igual te rige la ciudad que podría estar comprando pescado en el Mercat Central, puesto que su alma es intercambiable con el de cualquier otra comadre estentórea.

Destruir El Cabanyal de Sorolla, de Blasco Ibáñez, de Benlliure, de Escalante y colocar junto al seco Turia los monigotes de Calatrava es todo un programa con el que la derecha de este país ha penetrado en el siglo XXI. Cuando lo abandone, ya nada será igual.

¿Se puede estar en contra de los desvaríos megalómanos de Calatrava y a favor de las humildes casas de pescadores de El Cabanyal? Se puede y se debe, aunque algunos me acusen de crímenes contra la patria (o quizá contra la matria). Han sustituido la Valencia de siempre, que ya era una ciudad hermosísima, por esas formas grotescas que solo sirven para dejar pasmados a los jubilados que no tienen otra cosa que hacer más que votar al PP y abrir la boca bien grande delante de l’Hemisfèric. Pero todo esto se podría obviar si, en el mismo paquete, no viniera la destrucción de El Cabanyal en nombre de ese mismo progreso.

Dicen que Rita saca mayoría absoluta en todos los barrios de Valencia -también en el Marítimo. Lo dicen- y será verdad. Me pregunto, sin embargo, qué ciudad va a dejar a los que vengan detrás, porque incluso después del diluvio hay siempre un Noé que debe ayudar a subir al arca a un par de jirafas pizpiretas.

A los que amamos de verdad a Valencia solo nos queda el recurso de pensar que también Ceaucescu, en la cúspide de su poder, tenía los días contados. Pero las dentelladas de los caníbales no se ocultan fácilmente. Habrá que pasear ese muñón con alegría, muchachos.

xJoan Gari.

http://www.joangari.info

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