Estrecho Indymedia
“Hay que tener paciencia”, argumentó un compañero el segundo día de acampada en las Setas de la Encarnación (en adelante Pza. 15 de mayo). Y, al principio, tenía razón. Muchos acudimos con recelo a la convocatoria del 15-M dada la psicosis pacifista y antisemiótica que profesaban los desconocidos convocantes, y el comportamiento de algunos acampados parecía incrementar nuestras dudas. No obstante, la sensación de aprendizaje y enseñanza, de inculcar la autogestión a aquellos que ahora estaban viviendo su primera experiencia política, de educar en la vida independiente de partidos políticos, sindicatos del régimen e instituciones, todavía suponía un estímulo para quienes nos sentimos sincera y profundamente asamblearios y libertarios. Que miles de ciudadanos tomaran las plazas, masivamente, y decidieran libremente resistir y colaborar, era digno de atención. Al menos, una llamada a participar.
Las acampadas, con sus aciertos y sus comprensibles errores, han superado numerosos obstáculos: agresiones policiales en Barcelona, Lleida, París y Lisboa, vejaciones e insultos por parte de los medios de comunicación y por parte de paseantes machistas en Sol, sibilinos boicots de Sacyr (empresa constructora de la Plaza 15 de mayo) en Sevilla, entrismo malintencionado de determinadas organizaciones marxistas (como votaciones en bloque previamente pactadas, desvirtuando el espíritu de las asambleas), intentos de engullimientos por parte de Democracia Real Ya (DRY), acoso de personas que nunca han acampado y que, por motivos que no se llegan a comprender desde la buena fe, llevan desde el 22-M pidiendo en las redes sociales y en las asambleas el desmantelamiento de la acampada; entre otros.
Y todo este viaje ha estado plagado de situaciones incómodas, protagonizadas por nuestros propios compañeros, y continuamente disculpadas bajo el paraguas de la paciencia y la comprensión. Algo que, en determinadas situaciones, era todavía justo. Así, tuvimos que ceder en varios aspectos, visto la buena acogida que se estaba obteniendo: tuvimos que transigir con el pacifismo y con la preocupación por la legalidad y la opinión de los medios de comunicación. Muchos nunca hubiéramos apostado por ello, pero concedimos el beneficio de la duda. Son muchos años interviniendo por otras vías sin conseguir la simpatía del pueblo, por lo que, por una vez, actuamos utilizando los parámetros que había definido DRY y que asumió la acampada automáticamente (sin debate alguno). Y funcionó. Según Demoscopia, más del 80% de la población muestra alguna simpatía por el Movimiento 15-M. Nunca un proyecto político del que personalmente hubiera formado parte había tenido tamaño respaldo social.
Sin embargo, todas estas premisas han sido llevadas al extremo, convirtiéndose en estrategia y no en táctica, amparadas por la pretendida desideologización. Utilizar el pacifismo como dogma indiscutible ha conseguido que una (una más, una de tantas, sin nada extraordinario) carga policial haya sido ampliamente condenada, inclusive en los mass media. Pero también ha hecho que circulen por la Pza. 15 de mayo panfletos que animaban a denunciarnos entre nosotros si en el previsible desalojo policial alguien empleaba la autodefensa. La preocupación por la legalidad ha conseguido la supervivencia tranquila (al menos en Sevilla) de la acampada, pero ha conllevado el desprecio de una lucha mucho más trabajada -la que llevan a cabo los compañeros de La calle es de todxs contra la ordenanza antivandálica/cívica- al poner normas y leyes al uso y disfrute del espacio público. El cuidado de imagen ante los medios de comunicación supuso, al menos hasta las elecciones municipales, la legitimación de la ocupación de la plaza, pero a la vez una discriminación contra quienes estéticamente no comparten el canon; incluso la criminalización del lumpen, llegando a proponer internar en psiquiátricos a los indigentes con enfermedades mentales que pernoctan en la Pza. del 15 de mayo o la detención policial de los alcohólicos problemáticos.
No obstante, la mayor de las contradicciones es consecuencia de la ambigüedad con la que se ha tratado el aspecto político/ideológico del Movimiento. Algunos, con acierto, apostaron por un movimiento apartidista, pero son pocos quienes consiguieron hacer esta diferencia y no confundieron el partido político con la idea. Aun hoy, hay quien infortunadamente piensa que una banca pública no la piden gente “ni de izquierdas, ni de derechas”. En la exitosa manifestación del 29 de mayo, la cabecera gritó el kafkiano eslogan “manifestación apolítica”, demostrando una falta de intelectualidad crónica, comprensible dada la naturaleza sociológica del movimiento (todavía hay mucha inexperiencia, y hay que tratarla con ternura), pero desmotivadora para aquellos sujetos más combativos. Según tengo entendido, incluso se llegó a proponer la creación de una comisión de “neutralización ideológica”, pretendiendo hacer un 1984 de la acampada. No es lo mismo, por tanto, llevar una camiseta con la hoz y el martillo o una bandera blanca, que una pancarta de Izquierda Anticapitalista o del SAT. La lucha se desarrolla –y debe ser- al margen de las organizaciones, pero no contra las ideas. Es incongruente pedir una “democracia real ya” y prohibir la expresión de la diversidad ideológica. Es consecuencia de ello que se hayan vivido situaciones esperpénticas, injustificables, sospechosas y desmovilizadoras. En la acampada en Sevilla se ha llegado a marcar con una X los brazos de quienes ya habían comido (tendencia ya en desuso), a pesar de contar con numerosas provisiones. Incluso se han robado pancartas contra la policía y con lemas anarquistas. En definitiva, la más clara expresión de un movimiento que sólo fue revolucionario el día que se decidió acampar y que viró al reformismo al día siguiente, fue la consolidación de un mini-estado, con sus propios centinelas y normas no debatidas en asamblea y asumidas de DRY, en la Pza. 15 de mayo.
Pero hay un detalle, directamente dependiente de la neutralización ideológica y del complejo antiizquierdista, que es insalvable: la acogida del machismo y el pánico al feminismo. Es una desgracia que un movimiento que ha conseguido tantas experiencias positivas (tantas sonrisas, tantas emociones, tantas amistades, la participación de nuestros mayores, etcétera) vea como una provocación, como un trauma y como un peligro que varios hombres y mujeres se reúnan en una esquina de la plaza a hablar sobre la histórica lucha de las mujeres por ser respetadas y convivir en igualdad de derechos y de trato. Acoger a antifeministas no es enriquecedor. No es como tener de compañeros a una amalgama de socialdemócratas, marxistas y comunistas libertarios. No. No nos interesan las opiniones contrarias al feminismo, puesto que éstas son el discurso político, económico y social dominante. Es decir, forman parte de la dialéctica a la que nos oponemos. Una lucha que día a día avanza hacía el electoralismo y la igualdad política –por desgracia en detrimento de la lucha social-, no puede dar cabida a quienes apuestan por la desigualdad. Si alguien del Movimiento puede ofenderse porque haya hombres que hablen en femenino, porque haya compañeros que camuflen el género de las palabras con ‘x’ o arrobas, o que constantemente utilicen femeninos y masculinos en los sustantivos y artículos, su presencia es prescindible. Nos hemos enfrascado en imponernos normas y en desatender la premisa básica: la libertad (libertad, también, para hablar como elijamos).
Ayer un compañero me pidió paciencia. Pero ya no. Ya no tenía razón.
Fdo: Un compañero que habla en masculino y que trabajó, desde el primer día de acampada, con ilusión
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