por J.M. Sipla
Mirar hacia el Sáhara, hacia el Aaiún, no puede por menos que traernos imágenes de Palestina, otro pueblo de refugiados, exiliados y de extraños en su propia tierra.
Visitarlo, sobre todo ciudades como el Aaiún, Dakhla o Bojador, por otro lado, nos puede dar una imagen aproximada de lo que acontece en esas tierras. Una sensación que, aún en tiempos más calmados, no da sino la idea de una paz armada y un silencioso sistema de apartheid.
Hasta la mirada más distraída advierte de inmediato la presencia de cientos de militares y gendarmes, de informadores (Algunos discretos y otros no tanto) en ciudades divididas entre la zona comercial, propiedad de colonos marroquíes, y los míseros arrabales habitados por la población saharaui. Muchos cuarteles, controles en las carreteras, la siniestra silueta de la cárcel negra en el Aaiún o de las bases militares y los modestos cafetines donde se ven hombres con la derraha (Vestimenta tradicional saharaui) que incluso rezan en mezquitas separadas de las de sus vecinos de origen marroquí. Se puede escuchar el hassaniya, lengua de los saharuís y mauritanos, pero nunca verás un cartel en este idioma, no hay periódicos que lo recojan o emisoras en que se hable.
Los y las saharauis se han convertido en extraños en su propio territorio. Un pueblo por un lado confinado en campos de refugiados desde hace 35 años, en Tindouf, en plena hammada argelina, o jardín del diablo, como también se le conoce.
En 1920 vino la conquista francesa, luego la colonización española y, más tarde, el mirar hacia otro lado de la comunidad internacional tras la conquista a sangre y fuego del Sáhara Occidental por parte de Marruecos en 1975, reclamando unos territorios que nunca pertenecieron a un país que en realidad sólo existe como tal desde 1956, resultado de las guerras intestinas de los diferentes sultanatos.
El resultado final son cientos de miles de personas que viven en lo que desde hace siglos ha sido su entorno, donde llevaban una forma de vida adaptada al medio, con costumbres, idioma e identidad propia, en seminomadismo, pero donde habían establecido también sus propias ciudades, como Smara, en el siglo XIX.
Personas que, ahora mismo, están protagonizando un movimiento de resistencia civil propio y organizado en torno a unas condiciones de vida atroces.
Los saharuis han terminado por convertirse en parias. Aunque Marruecos reclama el Sáhara como territorio propio, lo quiere sin saharauis, lo que hace que se haya destinado a este pueblo al ostracismo. Son los eternos desempleados, los peor pagados y los que mayormente sufren la represión, dentro de un estado que, de por sí, hace de los derechos humanos una realidad incómoda.
En este contexto el nuevo movimiento, que tuvo una primera explosión en 2005 con la llamada Intifada Saharaui y que ha tomado cuerpo en el campamento por la Dignidad de Gdein Izik, no es tanto un movimiento de carácter nacionalista como una expresión de reivindicación social, no sólo territorial. Los campamentos de refugiados quedan lejos, pero la realidad de los resistentes en territorio ocupado no es mejor.
Es una nueva corriente de resistencia en la que las mujeres han cobrado un importante papel, en el que el Islam permanece en un segundo plano, frente a otros movimientos de implantación fuertemente religiosa, donde se pide libertad de expresión y circulación, un nuevo modelo educativo, un sociedad no monárquica, menos corrupción.
Se trata de miles de personas organizadas de forma horizontal y no frentista, de un trabajo comunal que ha ido creciendo lentamente, recuperando el espacio público y la movilización desde la base. El Frente Polisario no es sino un referente lejano, etéreo y, a menudo, ajeno al importante contenido social de las protestas del 2005, de la huelga de hambre de Aminetu Haidar o de la acampada de el Aaiún.
Pero al mismo tiempo la gente del campamento Gdein Izik dejan muchas preguntas formuladas en el aire. Cuestiones que hablan de los presos sin juicio, de las palizas a escondidas, de detenciones arbitrarias, de la discriminación diaria, de la pobreza y el desarraigo. Temas que incomodan a Occidente, por no hablar de la ONU. Un Occidente ansioso de mimar a su gendarme del Magreb y una ONU que hace el papel de eterno convidado de piedra en los territorios ocupados.
Un modelo que supera la lejana e incumplida promesa de un referéndum de autodeterminación que se antoja imposible ahora y en el futuro para reivindicar un aquí y un ahora.
También desde un movimiento popular y de base como es el que se lleva gestando en el Sáhara desde hace varios años dejan pendiente la labor de prestar atención por parte de los movimientos sociales europeos, desconocedores de esta realidad.
Es el tiempo de prestar atención. ¿Escucháis? Un esgarit* llama desde la orilla del Atlántico.
*Esgarit: Grito tradicional de las mujeres nómadas del desierto.
Foto, vehículos de la ONU en un hotel de lujo, Dakhla:
Foto, mujeres saharauis en el puerto de el Aaiún:
Foto, viviendas tradiconales en el barrio de Hatarrambla, el Aaiún:
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