6 dic 2008

El Scala, 30 años de miseria (I)

Si miserabilísimo fue el azote de la maldición franquista, miserables siguen siendo los tiempos de esta fementida "democracia transicionista".

Estaba pues, escrito que tal régimen "nuevo" habría de seguir persiguiendo, con saña y malvistiéndose de hipócritas ropajes, a la única organización que había hecho una auténtica tarea revolucionaria en favor del pueblo y que seguía demostrando ser inmune a cualquier forma de lisonja, floreo u ofrecimiento, con que se la pretendiera desviar de la coherencia de su lucha y esfuerzo por la total renovación cualitativa del mundo social en que los hombres viven.

Una sañuda persecución, en la que, los "transicionistas", como reales herederos del franquismo, habrían de seguir los pasos de aquel refinado y sanguinario coronel Eymar, que, muy consciente de quién era el real enemigo, en el acto de nombramiento, al comienzo del período franquista, como juez del Tribunal de Espionaje, Comunismo, Bandidaje y Terrorismo, dio principio a su carnicera gestión con su lapidaria frase anunciadora de todos sus crímenes: "Acabaremos con la CNT". Una frase que, muy al comienzo del proceso de relanzamiento de la CNT y después de comprobar que había fracasado su maniobra de intento de instrumentalización de nuestra Organización por medio de Abad de Santillán, el fascista Martín Villa, en el ejercicio de su ministerio de la Gobernación, remedaría con aquella otra preñada de graves amenazas: "No me preocupa ETA, quienes, de verdad, me preocupan son la CNT y el Movimiento Libertario". Y tenía razón para, desde su ominosa conciencia de falangista, decirlo, pues, no sólo y él y los de su campo, sino también aquellos que, en la "izquierda", se decían sus contrarios, pero que, sin empacho alguno, bebían con ellos en el mismo vaso, contemplaban con verdadero susto la vertiginosa afloración de la CNT que, tras su presentación pública, el 20 de febrero de 1977, entre marzo y julio de ese año y en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes y en la de Valencia o en la explanada de Montjuich, en Barcelona, había congregado, en su conjunto, a más de 400.000 personas que, como bien dice Xavier Cañadas Gascón (El Caso Scala. Terrorismo de Estado y algo más, Virus, 2008), supone más del doble de lo que hayan conseguido CCOO y UGT juntos en toda la historia del sindicalismo español. O se habían estremecido ante los actos populares organizados como Jornadas Libertarias por la CNT, durante toda una semana en el Parque Güell de Barcelona, con bastante más de medio millón de asistentes, o ante la ingente labor cultural que, en esas Jornadas, en el Salón Diana y en otros similares, puestos a la disposición de CNT por la "Asamblea de los Trabajadores de Teatro" de la ciudad, había desarrollado 80 horas de debates teóricos, en 32 actos públicos seguidos por miles de personas, 40 horas de proyecciones de cine, video y diapositivas, 17 representaciones teatrales, actuación de 64 grupos musicales y edición de cuatro diarios, profusamente distribuidos (ver Proceso político a la CNT, pág. 14, publicación interna). Todo ello en una semana. Se habrían, igualmente, estremecido ante la fuerza laboral de la CNT mostrando su pujanza en la orientación de la huelga de los 4.500 trabajadores de Roca en Gavá y en la convocatoria por nuestra organización confederal de la huelga general de gasolineras en Barcelona, que la CNT convoca en solitario en septiembre de 1977, seguida de nutridas manifestaciones por las calles de la ciudad y en otros lugares de España, una huelga paralizante de tráfico que, durante cinco días, mantuvo en vilo a todas las instancias oficiales y para-oficiales.

A lo largo de toda España, se hacen actos masivos de las organizaciones locales de la CNT, que también proceden a la convocatoria o radicalización de huelgas, imprimiendo en éstas el carácter asambleario de funcionamiento que deja fuera del poder de decisión a CCOO, a UGT o a USO. La huelga de construcción de Asturias, conducida de esta manera, deja, en su duración de tres meses, estupefactos y a la vez temerosos a las fuerzas del gobierno, a la politiquería pro-parlamentaria y a los sindicaleros de los "sindicatos correa". Se contabilizaban ya, para la CNT, más de 500 sindicatos confederales a lo largo de España. Sólo en Cataluña, 140.000 trabajadores son portadores del carnet de la CNT, y, en toda la nación, más de 300.000 obreros pueblan nuestra Organización. Se procede a la ocupación de los AISS, las oficinas sindicales del gobierno, y, en Barcelona, se ocupan los locales de Solidaridad Nacional, el periódico franquista que, por requisa del gobierno fascista, beneficiaba de la sede de la confederal e histórica Solidaridad Obrera.

Estamos en septiembre de 1977 y tal es el desbordante brío de la CNT. El proletariado español, dispuesto a la lucha, está multiplicando su inclinación a la actividad que había venido demostrando desde los diez años anteriores a la muerte del dictador. Es el campo propio de la CNT. El gobierno está desconcertado y el empresariado, que ya venía pactando con los partidos en la Plataforma, la Junta y la Platajunta "democráticas", empieza a pedir cuentas a sus "cofrades" de Plataforma: "¿de qué nos sirve nuestra alianza con vosotros que os decís "partidos obreros", si no sois capaces de controlar a la clase obrera?". Y ahora vienen las "invenciones": una especie de Central Única, a la que dan su anuencia CCOO, UGT, STV y el SOC catalán y a la que denominan COS (Coordinadora de Organizaciones Sindicales), junto con el proyecto de una Comisión que negociará con la OIT su ingreso en la misma.

Como reafirmación de su creación, la COS convoca, para el 12 y 13 de noviembre de 1976, unas jornadas de movilización, con la finalidad de la puesta en pie de esa pretendida "Central Sindical Única" que actuaría como plataforma de acción sindical unitaria en pro de las necesidades de desarrollo del capitalismo de la transición, lo que ya, por sí sólo, era argumento suficiente para el rechazo por la CNT. Volcada, en las fechas, en Barcelona la CNT catalana y el Movimiento Libertario dieron el traste con el "salvífico" proyecto del Empresariado. Las Centrales Sindicales convocantes se retiraron del campo y la COS desaparece. En cuanto al poryecto OIT, la CNT da, por dos veces, su negativa de invitación a de la Mata Gorostizada, Ministro de Relaciones Sindicales, con una argumentación tajante: "la OIT, por ser proyección y criatura de los gobiernos nacionales, favorece la integración plena de los trabajadores en el sistema capitalista". Nadie, en ella, puede representar a los trabajadores como clase (ver Gómez Casas, Relanzamiento de la CNT 1975-1979, pág 66).

El Estado, perdidas ya del todo las esperanzas en sus pretensiones de involucrar a la CNT en su proyecto de "Reforma pactada", decide ir a por ella con todos los medios. Necesita para ello la conivencia de Partidos y Sindicatos-correa, lo que, para estos, es una verdadera golosina: serían, en todo, partenaires del Estado que correría con sus gastos y cubría todas sus necesidades, y, sobre todo además, los libraría de su más grande y peligroso competidor. No hizo falta ninguna clase de presión ni argumento especial para que, de inmediato, se lanzasen de cabeza a la piscina. Librarse de la CNT ¡qué gran regalo! Hagan, hagan ustedes lo que bien les venga, recortes drásticos de salarios, y plantillas, jornadas de muerte, limitaciones abusivas, o incluso anulaciones de derechos, lo que ustedes digan, ¡faltaría más! Maniaten sólo en adecuada forma a confederales y libertarios y tendrán ustedes lo que quieran del mundo del trabajo. Así nace este paraíso de lobbies, que es este transicionista régimen que unos padecen y otros difrutan, y que nace, en octubre de 1977, augurado por los Pactos de la Moncloa. Carrillo y sus huestes fueron sus principales valedores, ansiosos de un gobierno de concertación nacional fuerte y duradero. Ellos (PCE y Comisiones) que, con pompa y boato, siempre se habían llamado partido y sindicato de clase, actúan, ahora, lanzados de hoz y coz a la amigable coyunda interclasista, en aras de la "salvación" del capitalismo, que, por otro lado y en huelga de inversión, se había dado buena prisa en dejar a buen recaudo sus ganancias, depositándolas en bancos suizos. Ellos fueron los pioneros acelerados del pastiche, siguiéndolos, con algún mohín pero no a mucha distancia, socialistas y ugeteros. Así y para la oficialidad, ganaron CCOO y UGT el "derecho" de "representar" a los trabajadores, que inmediatamente, se vería reflejado en el lamentable "Estatuto de los Trabajadores" y en los no menos lamentables sucesivos "pactos sociales" (AMI, ANE, AIS, AI), que, a los ya muy menguados haberes de los obreros, añadieron más de un 30% de pérdida de poder adquisitivo y una cuota de desempleo que pronto alcanzaría los tres millones de personas, junto a una persistente economía sumergida donde la superexplotación se multiplicaba.

La CNT había venido desempeñando, desde la muerte del dictador, un papel de primera fila en todos los conflictos obreros, pero las nuevas condiciones de contratación colectiva o convenios, que privilegiaban de forma total a los sindicatos oficialmente reconocidos como "representantes", acabarían llevando, por necesidad, a la CNT a la marginación. Esa era la finalidad estratégica de unos y de otros. Con la coyunda "gobierno-empresarios-sindicatos amarillos" enfrente, era extraordinariamente difícil para la CNT imponerse en los conflictos: el gobierno para coartar y reprimir, la solidaridad empresarial para subvenir con las aportaciones dinerarias que hicieran falta, y CCOO y UGT para esquirolear, calumniar y difamar ante indecisos o confusos, sumado todo ello al silencio público, en que los acuerdos a tres se tomaban, representaban elementos de oposición casi imposibles de sortear por la Confederación.

Esto fue lo que sucedió. Para prevenirlo, y ante la inminencia de la firma del Pacto cuando todavía no estaban apagados los ecos de la huelga de gasolineras, la CNT inicia una fuerte movilización, en la que, contra las resistencias de las ejecutivas de CCOO y UGT, consigue arrastrar a sus bases a una manifestación que, en el mismo mes de octubre de 1977, concentra en las calles de Barcelona a más de 300.000 trabajadores.

* José Luis García Rúa, ex-Catedrático Emérito de Filosofía de la Universidad de Granada, ha sido Secretario General de la CNT y Director del periódico "cnt"

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