El non plus ultra de la opresión social está siendo disparado a sangre fría.
Todas las piedras arrancadas del pavimento y lanzadas a los escudos de los policías o a las fachadas de los templos comerciales, todas las botellas en llamas que dibujaron sus órbitas en el cielo nocturno, todas las barricadas levantadas en las calles de la ciudad, separando nuestras zonas de las suyas, todos los cubos de basura consumista que, gracias al fuego de la revuelta, llegaron a ser Algo a partir de la Nada, todos los puños alzados bajo la luna, son los brazos que encarnan, así como aportan fuerza real, no sólo a la resistencia sino también a la libertad. Y es precisamente el sentimiento de libertad el que, en esos momentos, permanece como la única cosa por la que merece la pena apostar: aquel sentimiento de las mañanas olvidadas de la infancia, cuando todo podía suceder, puesto que somos nosotros mismos, como seres humanos creativos, quienes hemos despertado, y no esas futuras máquinas humanas productivas conocidas como “sujeto obediente”, “estudiante”, “trabajador alienado”, “propietario”, “hombre/mujer de familia”. El sentimiento de enfrentarnos a los enemigos de la libertad, de no temerles nunca más.
Está por lo tanto completamente justificado que aquellos que pretenden continuar con sus negocios como si nada sucediera, como si nada hubiera sucedido nunca, estén preocupados. El fantasma de la libertad siempre llega con el cuchillo entre los dientes, con el deseo violento de romper las cadenas, todas esas cadenas que convierten la vida en una repetición miserable, sirviendo para reproducir las relaciones sociales dominantes. Pero desde el sábado 6 de diciembre, las ciudades de este país no están funcionando correctamente: nada de terapia consumista, nada de tráfico fluido que nos lleva al trabajo, nada de noticias sobre las próximas iniciativas de rescate del gobierno, nada de zapping despreocupado de un espectáculo televisivo a otro, nada de dar vueltas en coche por la tarde alrededor de la Plaza Syntagma, etc, etc, etc. Estos días y noches no pertenecen a comerciantes, comentadores televisivos, ministros o policías: ¡Estos días y noches pertenecen a Alexis!
Como surrealistas, hemos estado en las calles desde el comienzo, junto a otros miles, en revuelta y solidaridad; puesto que el surrealismo nació con el aliento de la calle, y no pretende abandonarlo jamás. Después de la resistencia popular ante los asesinos del Estado, el aliento de la calle se ha vuelto aún más cálido, aún más acogedor y creativo que antes. No es competencia nuestra el proponer una línea general para este movimiento. Sin embargo asumimos nuestra responsabilidad en la lucha común, ya que se trata de una lucha por la libertad. Sin tener que estar de acuerdo con todos los aspectos de tal fenómeno de masas, sin ser partidarios del odio ciego y la violencia por sí mismos, reconocemos que este fenómeno existe por un motivo.
No permitamos que este aliento encendido de la poesía se debilite o muera.
Convirtámoslo en una utopía concreta: ¡transformar el mundo y cambiar la vida!
¡Ninguna paz con los policías y sus dueños!
¡Todos a la calle!
¡Aquellos que no puedan sentir la furia deberían cerrar también sus trampillas!
Grupo Surrealista de Atenas, Diciembre 2008
surrealismgr@gmail.com
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