Privar de libertad a una persona, como castigo de un crimen cometido, no debe traspasar los límites de la sentencia, y privarla de su dignidad y su hombría. La cárcel no debe ser una escuela de degeneración moral, como parece serlo aún en los tiempos en que vivimos, cuando podría suponerse que ha quedado lejos la edad de la barbarie.
Hubo en Nueva York un notable penalista, el Dr. Negley K. Teeters, cuya obra es de las más citadas en el campo penitenciario. Este esclarecido autor y jurista dejó escrito, entre otros, un libro titulado “La penalogía desde Panamá hasta el Cabo de Hornos”, a raíz de un viaje de investigación que realizó en 1944 por todo el continente sudamericano. Con once libros más que publicó sobre ciencia penal, especialmente en el campo carcelario, podríamos calificar a este hombre como eminente discípulo del Marqués de Beccaría, el celebrado autor de la obra “De los delitos y las penas”.
Toda la vida profesional del Dr. Teeters ha estado dedicada a humanizar las penas judiciales. Como su maestro italiano, se propuso hablar y escribir para despertar la conciencia moral de sus compatriotas, en el sentido de elevar los niveles de las instituciones carcelarias y sacar de ellas el mejor provecho para la regeneración – y no la depravación – de los presos.
Cierto es que últimamente se han aprovechado los agitadores extremistas para sus fines, de la tragedia que se vive en algunas cárceles norteamericanas. Pero no debe dudarse de que una cárcel, si no impera en ella la buena administración, ni se aplican normas justas y morales a los presos, lejos de ser beneficiosa para la sociedad que la sostiene, y para los desgraciados que tienen allí su residencia, se convierte en foco de delincuencia, y semillero de vicios espantosos.
El Dr. Teeters se opuso a la pena capital. Convencido de que nada se saca con eliminar del mundo por esa vía a los autores de graves crímenes, ...
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