Partimos del supuesto de compartir una conciencia de la represión de género, concretamente desde nuestra realidad como mujeres. Reconocemos la labor del movimiento feminista en la lucha por la liberación de la mujer, aportando pensamiento y práctica; pero también vemos los límites que ha impuesto. Nos interesa animar a la reflexión sin miedos, por eso no es nuestra intención ofender sino redefinir las maneras de afrontar esta lucha. Nuestro objetivo a la hora de escribir éste artículo ha sido proporcionar un punto de partida para el debate dentro y fuera del movimiento feminista.
Al plantear nuestras cuestiones estamos dando por supuesto muchas aportaciones que las mujeres que han luchado por su emancipación han ido haciendo a lo largo de la historia, y al tiempo queremos destacar otras que nos parecen conflictivas.
“La luna me embrujó y me llevó hasta ti,
veneno del amor que yo feliz bebí,
y aunque mi pecho ardió y me abrasó la piel,
me supo dulce como la miel"
Azúcar Moreno
La Ideología
Los grupos feministas que han ido surgiendo en los últimos años han ido recogiendo las bases de pensamiento sobre las que se apoyaban los grupos ya existentes. Estos pensamientos los han hecho suyos, marcando las pautas, tomándolos como verdaderos y, a veces, incuestionables. La falta de replanteamiento y análisis de base, considerando las experiencias de las personas que deciden formar un colectivo feminista, ha empobrecido el movimiento. De este modo unas ideas y prácticas que sirvieron a unas determinadas mujeres en un momento determinado se han vuelto fijas y universales, convirtiéndose en pura ideología . Cualquier cuestionamiento de la misma se siente como un ataque a la lucha feminista.
El aferrarnos a la ideología nos puede dar seguridad, porque establece unas pautas y reglas inequívocas. Ponerla en duda en cambio, significa ponernos en duda a nosotras mismas. Nos encontramos en plena crisis de identidad y de relaciones interpersonales, provocada por la violencia de vidas uniformadas y resignadas. Las pautas y reglas que hemos ido creando con el feminismo nos pueden servir como una moral, la nuestra, que nos ayuda a dar un sentido a nuestras vidas. Así hemos renunciado a la moral judeocristiana impuesta por ser represiva, y hemos asumido otra sin cuestionarnos la naturaleza represiva de la moral en sí misma.
La exigencia desde el feminismo de convertir todo lo privado en político nos ha llevado, por una parte, a reconsiderar nuestras vidas desde otra perspectiva, pero por otra parte, nos podemos sentir obligadas a compartir nuestras miserias íntimas al tener que analizarlas a través del filtro de la ideología. Con los parámetros que ésta nos marca acabamos juzgando y sintiéndonos juzgadas en nuestras actitudes cotidianas, cargando sobre nuestras espaldas los ojos de todo un movimiento. Hacer así del feminismo una moral para juzgar nuestras vidas y las de l@s demás igual nos puede hacer sentir mejor, pero desde luego no nos ayudará a superar la miseria en nuestras vidas.
Deberíamos considerar que no hay una sola ideología feminista y que las diferentes interpretaciones están en continua contradicción. Es importante cuestionar nuestros propios planteamientos, debatir y discutirlos para hacerlos realmente “nuestros”.
El Grupo
En los grupos de mujeres compartimos y debatimos realidades que nos conciernen sólo a mujeres, basadas en la voluntad de abatir la explotación patriarcal. El ambiente de estos grupos es de confianza; se siente una cercanía, solidaridad y comunicación que, nosotras solemos decir, no se encuentra en los ambientes mixtos. La supuesta calidad en las relaciones que esto conlleva nos hace compartir un sentimiento generalizado de comprensión mutua, que genera serenidad en las personas que viven esta experiencia.
El encuentro entre mujeres de esta manera resulta fácil y positivo, puesto que se comparten sentimientos, sensaciones y reflexiones profundas que nos afectan. Por el alto nivel de comprensión humana que existe, estos grupos suelen funcionar muy bien.
Por otro lado habría que plantearse, si con este mecanismo de basarnos en unos sentimientos compartidos no seguimos perpetuando el rol femenino tradicional con su “cultura del sentir”. Vamos a examinar algunos puntos que llegan a afirmar esta cultura.
Los colectivos de mujeres son autosuficientes porque, si no se quiere, no se necesita el contacto con el exterior. Así se pueden vivir como una fuente de seguridad afectiva y psicológica, usándose hasta como terapia emocional. La excepcionalidad y centralidad con la que vivimos estos grupos da sentido a toda nuestra vida, convirtiéndose en la mayor motivación para tirar pa’lante. Al mismo tiempo, pueden causar el abandonado de otros tipos de relaciones y de otros ámbitos sociales más conflictivos para nosotras. Es decir, en vez de sacar fuerza de estos espacios afectivos para enfrentarnos al mundo, nos refugiamos en ellos y huimos del conflicto.
Son autocomplacientes porque nos hemos acostumbrado a subirnos la autoestima unas a otras. El revés de la medalla es que no somos capaces de criticarnos a nosotras mismas y de afrontar las relaciones con claridad y conflictividad. Decirnos lo que pensamos, aunque sea negativo, y asumir sus consecuencias nos cuesta. El “buen rollo” que reina en los grupos de mujeres a veces es en realidad un espejismo, una consecuencia de eludir temas conflictivos y de exponernos a críticas.
Son auto referenciales puesto que encontramos todas las soluciones en nosotras mismas y en las que son como nosotras.
Estamos hartas de que se metan con nosotras y de recibir críticas hechas desde el desprecio y la aversión. Estamos tan hartas que toda crítica es desvalorizada o desaprobada, y consideramos sólo la actitud de rechazo, sin cuestionarnos de dónde viene la crítica, quién la hace y lo que pueda aportar. Esto nos empobrece. Así continuamos sintiéndonos víctimas de este mundo hostil.
Confiamos en las personas y nos hemos dado cuenta de que no siempre ni necesariamente hace falta el espacio no mixto para la superación de roles.
La Comunicación.
Los estilos comunicativos en los grupos de mujeres son, muchas veces, más cercanos (también a nivel físico), y abren más canales de comunicación. En general, las mujeres nos relacionamos con una actitud más receptiva y con la intención de comprendernos. Creamos códigos de interacción propios y endogámicos (exclusivos del grupo).
Por ello no es difícil sentirnos avasalladas en ambientes mixtos, en los que hay dinámicas de comunicación distintas a las nuestras. La agresividad percibida en las discusiones altera nuestra sensibilidad que tanto hemos ido desarrollando (en ocasiones dejando de lado otros aspectos). Corremos el peligro de sentirnos vulnerables fuera de esos espacios de comunicación “ideal”, cuando uno de los objetivos fundamentales de los grupos de mujeres es sentirnos más libres, más fuertes (en cualquier ambiente / contexto).
Basándonos en esta “comunicación ideal”, a veces nos cuesta afrontar conflictos y, por lo tanto, evolucionar. Porque es la misma dialéctica conflictiva entre personas que comparten una intención comunicativa la que nos hace avanzar en el discurso y en la práctica.
Solemos dar por supuesto que la agresividad que percibimos en ambientes mixtos procede de la “sección masculina”. Y así podemos acabar trasladándola a una dimensión política, sin plantearnos que podría tratarse de un problema de comunicación al margen de los roles de género. Así, vemos que no somos capaces de enfrentarnos individual y directamente al agresor y que necesitamos implicar a la “opinión pública” para hacerle frente.
El Lenguaje
El hecho de utilizar códigos de comunicación únicos en el lenguaje es un símbolo de pertenencia al grupo. Nosotras establecemos qué términos o expresiones son correctas y cuáles no, unívocamente, atendiendo a la sensibilidad antisexista. Se convierte en una actitud autoreferencial, puesto que sólo nosotras hablamos así.
El lenguaje es un proceso vivo y en constante evolución. Las palabras van adquiriendo con el uso una serie de connotaciones que van más allá de su significado inicial. Si dejáramos de utilizar determinados términos por considerarlos sexistas, desaparecerían de nuestro vocabulario y quizás preferiríamos seguir usándolas cambiándoles el significado.
El lenguaje sexista es tal en el momento en que se convierte en instrumento de represión y desvalorización, es decir, cuando la persona que lo usa -intencionadamente o no- transmite los significados tradicionales asignados por el patriarcado.
El filtro ideológico en el uso de palabras o frases relativas a los aparatos y prácticas sexuales (polla, coño, tomar por culo, joder...), justificada al considerarse como sexistas, nos puede llevar a perpetuar el tabú referente al sexo, estableciendo una actitud sexófoba. En este sentido no queremos establecer más precauciones, a la hora de hablar de sexo, de cuantas ya tomamos. Queremos llamar a las cosas por su nombre, pues, “si no las nombras no existen”, y hacerlo en actitud liberadora. Las formas de expresión son cambiantes, y es maravilloso crearlas conforme a nuestras realidades, transformarlas según nuestras experiencias vayan cambiando, adaptarlas a nuevas circunstancias, nuevas personas con las que nos relacionamos... De este modo se convierte en una actitud creativa cotidiana. El peligro consiste en concluir que “eso” es ofensivo, y lo será siempre; y decir “aquello” es respetuoso y por tanto deseable. Cuando salimos de esa burbuja-colectivo nos damos cuenta que ni todas ni todos se ríen de nuestras gracias, ni les puede parecer tan respetuoso cierto uso del lenguaje del cual ni siquiera tienen formados unos esquemas mentales. En realidad, no estamos generando en esas personas una reflexión sobre el lenguaje y su interacción con la realidad.
Por todo esto hemos llegado a la conclusión de que queremos practicar la libertad (desde el respeto) en el uso del lenguaje. Pudiendo cambiar ese uso, así como la connotación de los conceptos, traspasando los tabúes. Queremos sentirnos libres de utilizar el lenguaje en toda su riqueza como algo vivo que es. Queremos cambiar las connotaciones sexistas y jerárquicas de ciertos términos como forma de cambiar la realidad a través del lenguaje, así como crear nuevos códigos que empiecen a reflejar otras realidades, siempre evitando la univocidad.
El victimismo
Los grupos de mujeres son un espacio ideal para el consuelo. Una vez que nos damos cuenta, nos autocomplacemos de lo maravillosas que somos todas (y de hecho lo somos), regocijándonos en este espacio de afectividad y seguridad en el que tan a gusto nos sentimos. Pero puede ocurrir que en vez de aprovechar esta fuente de fortaleza para enfrentarnos a nosotras mismas y al mundo, aceptamos el rol de víctima que nos ha venido impuesto por defecto, dejando al grupo la responsabilidad que nos pertenece como individuas de afrontar nuestras propias inseguridades. Centramos nuestros esfuerzos, principalmente, en crear un mutuo apoyo que nos da fuerza; en éste empeño a veces desvalorizamos el trabajo individual. De esta manera este sentimiento de fuerza que percibimos dentro del grupo no transciende, y, por tanto, nos seguimos encontrando sin recursos fuera de él. Hemos visto crear fuertes personalidades, seguras de ellas mismas, que una vez fuera del grupo han entrado en crisis por la opresión que sabemos que ejerce este mundo cruel.
Considerando, como se ha hecho desde el feminismo, que “lo personal es político”, perdemos de vista nuestra responsabilidad como individuas en nuestros problemas, achacando a la opresión patriarcal todas sus causas. No dudamos de que muchos de los problemas que tenemos son debidos a ella pero, hay vida más allá del patriarcado. Nosotras mismas también podemos ser causantes de nuestros propios problemas y ser conscientes de ello es la condición para superarlos.
Los hombres
Los hombres han llegado a ser, a veces, los culpables ideales de todas las miserias y conflictos del mundo, como consecuencia de percibirlo a través del prisma del patriarcado. Al reconocer el peso del Hombre en la sociedad, nuestra reacción a nivel personal puede ser la del distanciamiento con los hombres. Porque pasamos del análisis general sociopolítico e histórico de las relaciones de género a esperar las mismas pautas en las personas masculinas concretas con las que nos relacionamos, olvidando que los mecanismos de agresión del sistema patriarcal son variados y complejos. Como consecuencia de ello perpetuamos el rol de victima, y por lo tanto el de agresor.
Algunos de los objetivos de los colectivos feministas son la superación de los sentimientos de culpa y la revalorización de nosotras mismas. No nos merecemos ni la agresión concreta ni la agresión del sistema. No nos merecemos el rol de víctimas como tampoco ellos se merecen el de verdugos. El reparto de papeles en el drama social no es unívoco.
Nosotras pensamos que es un trabajo colectivo y en gran medida personal el aprender a enfrentar los conflictos y las agresiones sin actuar como victimas o agresoras, es decir afrontándolos asertivamente.
Por otra parte, pensamos que el género no debería determinar con quién nos relacionamos. Al entrar en grupos feministas tendemos a separarnos de los hombres, lo cual empobrece nuestras relaciones, al excluir automáticamente a personas sólo por el hecho de pertenecer al género masculino. Con ello no cuestionamos el hecho de que existan grupos exclusivos de mujeres. Existen diferentes maneras de vivir el feminismo, y en ocasiones parece que son nuestros gustos sexuales los que determinan nuestra actitud con respecto a hombres y mujeres. Podemos tener buenas y malas relaciones tanto con hombres como con mujeres. Después dependerá de la libertad de cada una la elección de relacionarse con quien le resulte más satisfactorio.
Queremos dejar de percibir a los hombres como potenciales agresores, aún más cuando esta actitud se ve asimilada por el feminismo institucional, presentándonos como solución el endurecimiento penal sobre ellos, como violadores y maltratadores domésticos. Es una excusa más para aumentar la represión social evadiendo las causas estructurales del problema. La sexualidad
La violación es un hecho cotidiano que lo cometen desconocidos fugaces, familiares cercanos, novios celosos, maridos frígidos y sin fantasía y demás productos de la pobreza sexual cotidiana. El falo, en este sentido, es un instrumento real y simbólico de agresión. A veces, desde el feminismo, hemos hecho tan trascendental ese poder simbólico que nos impide contemplarlo como una fuente más de placer y vivir una sexualidad sin prejuicios. Cada una debe elegir sus modos de expresión y desarrollo sexual que más le satisfagan, basándose en los deseos y el respeto de l@s participantes del encuentro.
Respecto a las opciones heterosexuales, en ocasiones al haber considerado a los hombres como nuestros enemigos, hemos llegado hasta a renunciar a follar con ellos, aunque nos apeteciera. En consecuencia en vez de intentar currarnos las relaciones con las personas más allá de los géneros, podemos llegar al extremo de mitificar el onanismo y las relaciones entre nosotras como únicas prácticas verdaderamente liberadoras.
El amor libre ha supuesto el paso de la relación monógama, al ideal anti-pareja, pasando de una norma moral a otra que nosotras mismas nos hemos impuesto, autoconvenciéndonos de nuestra liberación afectiva y sexual. Las relaciones implican un esfuerzo siempre, sean éstas exclusivas, abiertas, estables, esporádicas, heterosexuales, lésbicas, homosexuales, transexuales... Apostamos por relaciones sinceras, respetuosas y liberadoras entre las personas, bien sean encuentros fugaces o cotidianos, porque no hay un solo camino.
Hay muchos temas relacionados con la sexualidad que son críticos y que no tienen una sola vía de interpretación. Sobretodo últimamente han aparecido diferentes puntos de vista al respecto, que han generado interesantes debates como: la búsqueda de una pornografía no patriarcal, la inclusión de la prostitución como una posibilidad más dentro del mercado laboral...Rechazamos el moralismo por el juicio de valor que aplica a los aspectos sexuales, y lo consideramos otra forma de represión. En cambio nos parece importante el no perder de vista las relaciones de poder basadas en la mercantilización que sustentan tanto la pornografía como la prostitución y la publicidad.
Las relaciones de poder
Las relaciones de poder no son solo una cuestión ínter genérica. Las mujeres también pueden establecerlas: dominando el espacio doméstico, controlando las relaciones familiares, compitiendo sexualmente entre ellas... - relaciones mediatizadas por las formas que tradicionalmente nos han sido asignadas. Estos mecanismos ya que forman parte, aunque no seamos conscientes de ello, de nuestra manera de comportarnos, los trasladamos a los colectivos de mujeres.
La estructura y dinámica de relación en los grupos (no solo de mujeres) se crea a través de la interacción de las personas que lo forman. Cada una aportamos al grupo nuestras experiencias y nuestras particularidades. Por lo tanto cada colectivo posee unas pautas específicas de interacción entre sus miembros. Pero creemos que algunas características pueden ser comunes a muchos colectivos, puesto que son estructurales (reglas de comportamiento y funcionamiento impuestas).
De esta manera, en los grupos de mujeres también podemos mantener relaciones de poder. Se establece así, la división y la especialización en las tareas, lo que puede generar jerarquías, al seguir guiándonos por pautas productivistas. Una vez creadas estas jerarquías ellas mismas determinan en las mayoría de los casos, el posicionamiento (ideológico y práctico) de los grupos.
Nos gustaría, respetando la idiosincrasia de cada una, reconocer la posible existencia de estas relaciones de poder y nuestro papel en ellas, para poder llegar a ser capaces de mantener unas interacciones equilibradas.
Reflexiones Finales
Hemos olvidado muchas veces que nosotras también formamos parte del sistema patriarcal, porque hemos sido socializadas en él. En mayor o menor medida, lo seguimos reproduciendo a pesar de nuestra sensibilidad y nuestro curro de deconstrucción personal.
Por otro lado, el pretender reproducir unas pautas de comportamiento alternativas a las dominantes (que libremente se asumen), siempre nos va a crear problemas y contradicciones con el mundo y con nosotras mismas. Precisamente reconocerlas, analizarlas y aceptarlas es lo que nos permite avanzar. Esto sucede en concreto con el ideal feminista; estamos tan ocupadas en el proceso de interiorizarlo, que podemos no ver estas contradicciones.
Crear discurso no significa desarrollar un pensamiento único porque existen tantas diferencias y matizaciones como personas comparten una lucha. Las diferencias pueden crear riqueza y deberíamos considerarlas en un discurso, con intención dialéctica. (muchas veces son estas diferencias las que nos acaban separando, en lugar de respetarlas y valorar lo que tenemos en común.)
Una vez creamos sistema de pensamiento nunca nos vamos a poder identificar plenamente en él, ya que no abarca todos nuestros matices y particularidades. Porque tanto la realidad como las ideas son complejas y cambiantes.
Con este artículo hemos pretendido aportar otras perspectivas al feminismo, puesto que hemos querido cuestionarlo desde el análisis de la praxis. Nos ha servido para aclarar ideas y compartir y debatir ciertas dudas que la experiencia nos ha planteado. Nos hemos dado cuenta de que no tenemos porque llegar a conclusiones comunes (de hecho así ha sido) y al mismo tiempo, se nos han quedado muchas cuestiones abiertas. Esperamos que sirva de base también para otros debates futuros, nuestros y de otr@s.
Cerdas Agridulces
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