Las palabras difícilmente pueden reflejar la realidad, los sentimientos y los deseos superan siempre lo que nos ofrece el vocabulario. Sin embargo, hablar es de un interés vital, como también lo es intentar expresar lo que pensamos y lo que sentimos. Sobre todo en los momentos en los que el terror de Estado y sus fuerzas del orden quieren acallar a todo el mundo.
Hace ya muchos años que decimos que para pensar y hablar libremente es necesario tener espacio y tiempo, y ese espacio y ese tiempo nunca nos han sido dados, sólo los podemos conquistar nosotros mismos, arrancándolos violentamente a la realidad del tu no harás y del tu debes. Por eso hablamos y seguimos hablando de revuelta, de actos a través de los cuales crearemos el espacio para vivir, para expresar nuestros deseos de libertad, deseos que no toleran en lo más mínimo la miseria nauseabunda y la vileza de este mundo.
La semana pasada el Estado tomó la decisión de ocupar todo el espacio posible con sus uniformes, sus furgonas, sus policías de paisano, sus celdas y sus malos tratos. El Estado que ya de por sí, apenas aguanta que los anarquistas inciten mediante la palabra y el acto a la revuelta, desplegó esta semana todo los medios a su disposición para impedir todo tipo de encuentros entre las distintas rebeliones que fermentan la conflictualidad social en Bruselas. La autoridad utilizó del lenguaje más sencillo del que dispone: el terror, es decir la violencia sistemática e indiscriminada.
La manifestación que se había anunciado para el 1 de octubre contra los CIEs, contra todas las cárceles y fronteras y contra el Estado no podía tener lugar, a ningún precio. Se decretó la prohibición de reunión en cuatro barrios de Bruselas, y mientras que un impresionante despliegue policial se dedicaba a detener a todo aquel que se acercaba al punto de encuentro, otros escuadrones vigilaban acérrimamente los barrios y las estaciones de metro. Los alrededores de las cárceles de Forest y Saint-Gilles fueron cerrados a cal y canto, mientras que en centro del barrio de Anderlecht policías encapuchados patrullaban metralleta en mano. Cientos de personas fueron detenidas preventivamente y decenas fueron humilladas, maltratadas y golpeadas en las comisarías.
Hablando claro: el Estado no tiene miedo de un puñado de anarquista, pero sí le teme a un posible contagio social por el que obran día a día los revolucionarios. Hace ya tiempo que Bruselas parece un polvorín social en el que se intentan contener las tensiones sociales a golpes de más policías y con más heridos o muertos del lado de aquellos que, de una manera u otra, acometen la confrontación. No obstante, las tensiones sociales continúan expresándose de forma radical: de los frecuentes disturbios en los barrios a los motines en los CIEs y las prisiones, desde los ataques dirigidos contra las estructuras del Estado y el Capital hasta una hostilidad en continua expansión contra todo aquel que lleve el uniforme de la represión. Probablemente la manifestación anunciada para el 1 de octubre era una posibilidad de encuentro entre las distintas rebeliones e ideas anti autoritarias – este encuentro fue aplastado –.
A pesar de la pacificación militarizada de estos últimos días, continuamos dirigiendo nuestra atención ardiente hacia este polvorín social, siendo conscientes de que cada ocasión puede ser la chispa que encienda la mecha. Y ahí donde la propuesta de una manifestación tropezó con obstáculos casi insuperables, hay otras prácticas y actividades que sabrán abrirse camino.
A pesar de los muros policiales que intentan separarnos, mantenemos el convencimiento de que el encuentro entre las distintas rebeliones es posible, deseable y necesario. Ningún chantaje represivo por parte del Estado nos hará renegar de este entusiasmo.
A pesar de que estos últimos días nos arrebataron la iniciativa, estamos determinados, en cuerpo y alma, a retomarla en nuestras propias manos. A pesar de todo, continuamos. Nada ha terminado… las posibilidades todavía están ahí, a nuestro alcance.
En estos momentos cuatro compañeros se encuentran tras las rejas de la prisión de Forest, acusados de ser cómplices en un ataque contra una comisaría de Bruselas la noche del 1 de octubre. Hagámosles llegar nuestro afecto y solidaridad.
Unos anarquistas que no tiran la toalla…
Bruselas, 5 de octubre del 2010.
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