A mediados de enero, recibí un mensaje electrónico de difusión masiva en el que se me pedía que donara 10 $ para proporcionar agua embotellada y otras provisiones a los participantes en una manifestación importante a favor de los derechos de los inmigrantes en Phoenix. Habida cuenta del ambiente político despiadado y represivo existente en Arizona contra los inmigrantes ( y en particular contra los sin papeles), estaba totalmente a favor de la manifestación. Pero me quedé desconcertado por la petición de contribuir, incluso simbólicamente, a la compra de botellas de agua para un acontecimiento que según las previsiones puede reunir a más de 20.000 personas.
Con toda seguridad, existen otras formas- ecológicamente más sostenibles y baratas – de facilitar agua a una multitud semejante. Cómo, por qué y cuáles son lo motivos de que el agua embotellada se haya convertido en la vía preferida para tantos miles de personas y lugares, más allá del ejemplo de Phoenix, es el tema del impactante e imprescindible libro de Elizabeth Royte, Bottlemania: Big Business, Local Springs and the Battle Over America’s Drinking Water [La moda del agua embotellada. Grandes Negocios, Manantiales locales y la Batalla por el agua potable en Estados Unidos]
Nunca he sido partidario del agua embotellada por considerarla dañina ecológicamente -sólo en Estados Unidos entre 30 y 40 millones de botellas individuales diariamente acaban en los vertederos de basura- y económicamente imprudente, otro truco capitalista para estafarnos con la compra de algo manejado por especuladores que no deberíamos aceptar. Pero, como Royte demuestra contundentemente, la incesante conversión del agua potable en artículo de consumo, es mucho más compleja y peligrosa que lo que yo creía.
Hasta hace poco, la venta de botellas individuales de agua era algo rara. Aunque en Estados Unidos existían desde principios del siglo XIX compañías regionales de agua embotellada, ese tipo de empresas surtían a las oficinas y hogares con grandes contenedores del líquido vital (para las máquinas de enfriar el agua, por ejemplo). Esta situación comenzó a cambiar en los años 1980 con la introducción de Perrier en el mercado estadounidense y el gran éxito de su campaña publicitaria con el anuncio de que una botella de agua francesa era un pequeño lujo al alcance de cualquiera.
La siguieron otras empresas como Evian y Vittel que se sirvieron de personajes como Madonna y modelos de alta costura, para que se creyera que el agua embotellada equivalía a salud y glamour. Lo que unido al descubrimiento del plástico polietileno terephthalate (PET)- que hace más ligero el envase de agua- contribuyó al boom de la industria estadounidense de agua embotellada: entre 1990 y 1997 sus ventas anuales aumentaron desde los 115 millones de dólares a 4.000 millones (en 2006, la cifra fue de 10.800 millones; y los ingresos producidos a escala mundial fueron de 60.000 millones).
Este enorme incremento es el resultado de “uno de las mayores operaciones de manipulación del mercado de los siglos XX y XXI”, alega Royte. Pero lo más asombroso es que en su gran mayoría “el agua del grifo supera los niveles medios sanitarios y de seguridad federales y, en general, gana en las catas de sabor que se realizan a ciegas, a las más renombradas aguas embotelladas, mientras su coste es de 240 a 10.000 veces menor que el del agua embotellada”. Parte del éxito obtenido, afirma Royte, se debe a que “el agua embotellada ha sabido aprovecharse de nuestra creciente pereza e impaciencia”.
Este éxito de las empresas embotelladoras contribuye a la desaparición del agua como bien público. Por ejemplo, las fuentes publicas de agua potable cada vez son más escasas: Royte cuenta su visita a una colega universitaria del Midwest en cuya facultad no había fuentes de agua potable en el gimnasio.
El consumo de agua embotellada ha cambiado el comportamiento incluso de aquellos de quienes podías esperar que tuvieran una conciencia alternativa. Mientras estaba leyendo el libro de Royte, acompañé a un grupo de estudiantes de mi institución en una visita a un departamento de Geografía en una universidad del Estado de Nueva York, un departamento que se interesa especialmente en temas de sostenibilidad medioambiental. En el almuerzo, el departamento nos ofreció agua embotellada entre las bebidas disponibles.
El cambio profundo en el consumo de agua embotellada ,que tantos de nosotros aceptamos, tiene consecuencias que trascienden lo que bebemos. Entre otras, aumenta nuestro consumo de petróleo- con todo su impacto negativo: Royte informa de que anualmente la fabricación de botellas para agua, sólo en el mercado estadounidense, consume 17 millones de barriles de crudo, lo que sería suficiente para suministrar carburante a 1,3 millones de coches durante un año. Mientras que la fabricación, transporte y distribución de una sóla botella requiere el uso de un cuarto de su valor en petróleo.
Royte centra la mayor parte de su energía en Poland Springs -la empresa filial de Nestlé y mayor productora estadounidense de agua embotellada procedente de manantiales- y en las luchas y controversias que rodean sus actividades en Fryeburg, Maine, donde tiene su sede. Sin embargo, su importante e impactante libro no se limita al análisis de la industria del agua embotellada. Trata por encima de todo, de la seguridad y viabilidad del agua potable, es decir de algo que afecta a la sociedad en su conjunto. Tal como subraya Royte: “Podemos vivir sin petróleo pero no sin agua”.
En la actualidad, demasiadas personas de este mundo, no tienen garantizado el acceso al agua potable. Según Royte: “ sólo el 3 por ciento [ de las reservas de agua del planeta] es dulce, y de ese porcentaje sólo un tercio está disponible para el consumo humano”, ya que el resto se almacena en glaciares y similares.
No resulta sorprendente que esa fracción se distribuya de forma desigual, en lugar de tener en cuenta las necesidades de la gente. Por ello, más de mil millones de seres humanos no tienen acceso suficiente al agua potable, y según estimaciones de la ONU, la creciente demanda y la contaminación de las aguas, unida al cambio climático, a las sequías consecuencia del mismo, y a la reducción de las recargas de las aguas subterráneas pueden ocasionar que dos o incluso tres de cada habitante del planeta carezcan de suficiente abastecimiento en 2025. Esos dos de cada tres son los no que tendrán sed”, afirma Royte. “Hoy unos 5,1 millones de personas mueren al año por enfermedades producidas por el agua, la mayoría debido a la carencia de saneamiento y de la consecuente contaminación del agua. Ese número se va a disparar”.
Entre los principales responsables de la contaminación hídrica se encuentra la industria agraria con su abrumador uso de fertilizantes sintéticos, herbicidas, pesticidas e insecticidas, cuyos residuos van a parar al suministro de agua. El Atrazine, por ejemplo, un herbicida al que se ha atribuido el origen de defectos congénitos, enfermedades reproductivas y cáncer en experimentos con animales de laboratorio ha contaminado, según Royte, las reservas de agua potable “en las cercanías de la principal ciudad del Midwest, y los pozos de agua y los acuíferos de Estados donde ni siquiera se utiliza ese compuesto”.
La terrible ironía de la degradación de las aguas ordinarias es que contribuye a minar la confianza en el abastecimiento público de agua y facilita su deterioro, lo que lleva a más gente-especialmente a los más ricos que pueden permitírselo- a inclinarse por el agua embotellada. En 2001, por ejemplo La’o Hammutuk, ONG de Timor Oriental, calculaba que la misión de la ONU encargada de administrar el territorio gastaba más 10.000 $ diarios (casi 4 millones de dólares al año) en agua embotellada. (Cifra que sólo tenía en cuenta el consumo de las tropas de pacificación enviadas al país, sin tener en cuenta el agua consumida por el personal civil de Naciones Unidas.) Según diversas estimaciones, en aquellos momentos, restaurar el sistema de depuración y de suministro de agua potable para los casi 100.000 habitantes de la ciudad de Dili, capital del nuevo país independiente, hubiera costado entre 2 y 10 millones de dólares.
Royte considera este comportamiento parte de una “tendencia insidiosa”, la que considera “normal pagar altos precios por cosas que cuestan poco, o nada”- o seguir la moda de lo privado en lugar de lo público. Pero, en última instancia, preservar o mejorar el abastecimiento público de agua debe ser nuestro objetivo colectivo mientras “demasiadas gentes sólo pueden permitirse beber esta agua”. En otras palabras, Royte advierte, corremos el riesgo de un mundo en donde existan “dos clases de agua: embotellada para los ricos y contaminadas para los pobres”.
Habida cuenta de la ubicuidad del agua embotellada, puede parecer nimio que los organizadores de una manifestación masiva, un departamento de Geografía o una misión de la ONU elijan agua embotellada en lugar de apoyar el consumo de agua del grifo que era lo normal hasta hace poco tiempo. Pero esas decisiones individuales suman, y al hacerlo, tienen un gran impacto en las vidas de las gentes y en el medioambiente. Dado que el agua es necesaria para la vida, ¿existe realmente elección sobre lo que deberíamos hacer?
Joseph Nevins es profesor de Geografía en la universidad Vassar. Su último libro es Dying to Live: A Story of U.S. Immigration in an Age of Global Apartheid (City Lights Books, 2008). Su dirección electrónica es jonevins@vassar.edu
Counterpunch, 5-7 de febrero de 2010
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