6 abr 2011

[Memòria] Anarquismo y lucha antialcohólica en la Guerra Civil Española (1936-1939)

MARIANO LÁZARO ARBUÉS
Licenciado en Geografía e Historia. Profesor de Historia. Instituto “Salvador de Vila Seca” (Reus, Tarragona) .

MANUEL CORTÉS BLANCO
Doctor en Medicina, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. Instituto de Medicina Preventiva “Capitán Médico Ramón y Cajal” (Madrid).

Los autores, haciendo un poco de historia y mostrando cómo el consumo de alcohol es un problema y una preocupación que viene de lejos, se refieren a la consideración que merecían las bebidas alcohólicas a los anarquistas antes y durante la Guerra Civil.

El alcohol era estimado como un arma del enemigo al que había que combatir; pensaban que sus efectos ayudaban al sometimiento de la clase trabajadora y a ello se deben los esfuerzos que se inician en la primera época, según avanza la contienda. Los autores rastrean en documentos de toda índole como archivos, prensa de la época, carteles y filmografía.


El anarquismo fue en la segunda mitad del siglo XIX y durante parte del XX la ideología más influyente entre el proletariado y campesinado españoles. A diferencia de otros países europeos , donde la lucha política se plantea como decisiva en la defensa de los intereses obreros, en España predomina un movimiento anarquista basado “en un sindicalismo antipolítico de masas que podía defender su proyecto al margen de las instituciones políticas y parlamentarias”(1).

Sus dirigentes centraron su acción en dos ámbitos básicos: primero, las acciones en la calle, la fábrica y el campo, con vistas a la destrucción del Estado y de la opresión capitalista; en segundo lugar, la preparación de una sociedad nueva, donde el ser humano desarrollase, de una manera totalmente libre, todas sus potencialidades. En esta tarea combinada de hundimiento del mundo existente y de construcción de uno nuevo, la lucha contra el alcohol ocupaba un papel esencial.

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Las bebidas alcohólicas son presentadas desde los primeros textos anarquistas como un siniestro veneno, que los Borgias capitalistas destinaban a mantener embotadas, lejos de la revolución, las voluntades de los trabajadores: “estupefactado por el tóxico, no siente el peso de sus cadenas y la degradación de la esclavitud”, afirma un tratado antialcohólico con el elocuente título de “El veneno maldito” (2).“ Trabajadores, ¡no bebáis! ¡Cuántos obreros, pésimos padres de familia y peores maridos, olvidando los más sagrados deberes, derrochan la mitad o un tercio del ya escaso jornal que perciben, en libaciones alcohólicas, en la taberna, en el juego, dejando a los hijos y la mujer sin pan, forzados al ayuno y víctimas de todas las tribulaciones de la vida!”, proclama igualmente otra de sus conocidas publicaciones(3).

El alcohol es visto como un arma del enemigo que hay que combatir, porque “a mayor núcleo de bebedores, mayores ventajas de sometimiento, ya que poco a poco la bebida quita la energía, la salud, la nobleza y el entendimiento y, lo que es peor, el sentido de la dignidad”(4).

Producto y sostén del régimen capitalista, el alcoholismo no desaparecerá más que con él. El efecto no cesará mientras persista la causa. Incluso, el alcohol resulta un temible competidor de la propia ideología revolucionaria. Según Bakunin, los peligros de la bebida podían hacer fracasar la revolución al ver los trabajadores en su consumo una salida errónea a su denigrante situación y una manera fácil de evadirse de las miserias del capitalismo: “Para escapar de su situación (refiriéndose al pueblo) hay tres métodos, dos quiméricos y uno real. Los primeros dos son la taberna y la iglesia, libertinaje del cuerpo o libertinaje de la mente; el tercero es la revolución social”(5). El rechazo de ciertos valores considerados degradantes y la visión utópica de una nueva sociedad han hecho que algunos historiadores hayan constatado en el movimiento anarquista español un carácter primitivo o milenarista. Así se habla de “puritanos austeros que impulsaban imponer el vegetarianismo, la abstinencia sexual y el antialcoholismo a uno de los campesinados más atrasados de Europa”(6). Esta visión ha de ser rebatida ya que, en contra de lo que afirmaban algunos textos sobre el celo de los anarquistas, la mayoría de los dirigentes locales y asistentes a los ateneos y sindicatos creían en la moderación, no en la abstinencia. El obrero consciente, el anarquista dedicado que simbolizaba el espíritu y el conocimiento necesarios para crear la nueva Humanidad, evitaba el juego de cartas en el bar, no entraba en los burdeles, no iba a misa ni bautizaba a sus hijos, y bebía con moderación. José Monroy, dirigente del municipio de Casas Viejas (Cádiz), defendía que uno podía beber un poco, pero no demasiado, para no emborracharse(7).

La embriaguez era mal vista, y esta postura ha sido considerada por algunos historiadores como la causa de que, en comparación con el caso inglés, el alcoholismo fuera un problema menor en el proceso de industrialización español(8).

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ANARQUISMO Y ALCOHOL EN LA GUERRA CIVIL

Los acontecimientos del verano de 1936 marcaron un punto de inflexión en el movimiento anarquista español: la lucha contra los sublevados, la tan esperada llegada de la revolución y el dilema de la colaboración con el resto de fuerzas obreras y con las instituciones republicanas fueron los ejes básicos del anarcosindicalismo durante la guerra, pudiéndose apreciar también en todos ellos su aversión hacia el alcoholismo. Analizando su prensa del momento, observamos frecuentes críticas a los centros de diversión, “a la situación cafeteril, la obsesión por el bar y la gramola”. Bares, cafés y cabarets son percibidos como lugares defendidos y apoyados por el capitalismo, donde el vicio, “de origen y promoción puramente fascista y clerical, hace desgastar las energías de los luchadores y provoca escándalo entre aquellos que quieren ganar la guerra y hacerla revolucionaria”. Algunos frentes de batalla se ven empapelados por carteles que critican los bares, “ vivero de la chulería”, y las tabernas, “ que atrofian y degeneran el espíritu combativo”, y abogan por el desprecio a aquellos que frecuenten estos lugares propugnando su cierre. Incluso se producen incidentes violentos, como ataques de milicianos a cafés y tabernas en Lérida, donde “pusieron las mesas patas arriba, y por poco no hicieron lo mismo con sus pacíficos concurrentes”(9).

En su lucha contra los vicios capitalistas, los anarcosindicalistas defienden un saneamiento de estos negocios. El 13 de febrero de 1937 se cierran los dos cabarets que funcionaban en Tarragona y se condiciona su apertura al hecho de que ofreciesen “un espectáculo decente”, esto es, “un espectáculo socializado de varietés, comedia, etc. completamente artístico, moral y con taquilla, excluyendo lo obsceno y de vicio que consistía en alternar oculta o abiertamente con las personas de distinto sexo, con los consiguientes abusos de bebidas y alcoholes que embrutecen y degradan al hombre”. En la localidad vecina de Reus, el “Sindicato Único de Espectáculos Públicos” consiguió la reapertura del local “Edén Concert” a condición de que se realizaran mejoras en su higiene y la prohibición de servir consumiciones de cualquier tipo(10). Asimismo, defienden como alternativa a la prostitución, a los bares y cabarets, la asistencia a centros culturales, bibliotecas, centros instructivos juveniles, ateneos, centros racionalistas y sindicatos de la CNT. Unas alternativas poco exitosas, dada la cantidad de textos donde se critica “las conductas ávidas de diversión, el derroche de vida en los cafés (...) mientras mueren los soldados en el frente de batalla” (11).

Desde la perspectiva anarquista se aprecia en estos tiempos de guerra una visión diferente a la tradicional sobre el problema del alcohol. El alcohólico ya no es un enfermo, víctima de la explotación capitalista; ahora es un traidor a la Revolución. “El borracho es un ser despreciable que hay que aniquilar —afirma el semanario “Agitación”—. El que se emborracha en estos momentos deja de ser un camarada para convertirse en un enemigo”(12). “Un borracho es un parásito. ¡ Eliminémosle!”, exige un cartel del Departamento de Orden Público de Aragón. Los incidentes causados por beodos en Madrid y Barcelona son frecuentes, y los castigos, necesarios. Es el caso de un empleado de la “Cooperativa de Trabajadores de Pescados al por mayor”, de Madrid, que tras presentarse borracho al trabajo es suspendido de paga por un mes(13).

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Un ejemplo del interés por la búsqueda de alternativas a la producción de vino, esencial para la economía de muchas regiones españolas, es el fomento de productos no alcohólicos, como el mostillo, muy limitado no obstante por la carencia tan evidente de harina. Otro ejemplo es la creación en 1938 por parte de la “Federación Regional de Campesinos y Alimentación del Centro” del llamado “ bioluva”, el “no pasarán de la anemia”, una salida a la uva distinta a la de hacer vino, y que “proporciona a la España leal un alimento sano y nutritivo”. En un folleto promocional alaban las cualidades del producto, un mosto de uva concentrado, fabricado en Manzanares, y que, además de solucionar los problemas de abastecimiento, solucionaría la crisis vitivinícola, mejoraría la salud, se podría exportar y, finalmente, combatiría el alcoholismo por medios indirectos, los más eficaces: “ con un litro de mosto concentrado puede cenar una familia de seis personas con algo de pan. Con el equivalente en vino (tres litros) no sólo no cena nadie, sino que, al no tener otra cosa, saldrían todos borrachos”(14). No obstante, los inconvenientes fueron numerosos: ni la calidad (pésimo sabor a arrope) ni la cantidad de producción fueron las adecuadas, e incluso la “Delegación de Abastos” del Ayuntamiento de Madrid paralizó durante mucho tiempo su distribución en la capital por considerarlo como un vino-mistela o bebida comparable a cualquier otra alcohólica.

Una de las áreas donde el anarquismo se mantuvo más activo durante la contienda, convirtiéndolo en uno de sus más importantes medios de propaganda para su ideología y su visión de la nueva sociedad, fue el cine. La producción y distribución cinematográfica de la República estuvo inicialmente en manos de la CNT- FAI gracias a la fuerza de su rama de espectáculos: el “Sindicato Único de Espectáculos Públicos”, mayoritario en el sector. La importancia del cine y su utilidad pedagógica fue resaltada por distintos líderes anarquistas como Josep Alamá, conseller de Cultura del Ayuntamiento de Tarragona, quien consideraba que se debía programar un cine con títulos de tendencia social que sirviesen “a la obra constructiva revolucionaria”, rechazando por tanto las películas de finalidad puramente comercial(15).

Coincidente en sus planteamientos, la productora anarquista “SIE Films” decidió realizar una serie de películas educativas dedicadas a la “higienización de las costumbres”, esto es, la presentación de la lucha entre los obreros virtuosos y el capital, secuestrador de las conciencias y remunerador de vicios y virtudes, “que ha condenado a muchos al alcoholismo, al hospital, al presidio o a la prostitución de sus compañeras” (16).

De entre los largometrajes destacamos “Barrios bajos”, de Pedro Puche (1937), ambientado en un lugar tan denostado por los anarquistas como los bajos fondos, y donde se intentan reflejar “las dramáticas pugnas entre productos de relajación y seres que no se contaminan de las impurezas del medio”(17). Esta película incorpora referencias abiertas al consumo y tráfico de cocaína por primera vez en el cine español.

En la relación de títulos producidos por “SIE Films” también hay referencias a una serie de cintas cortas, de unos veinte minutos de duración y consideradas como películas de complemento, desgraciadamente perdidas en su mayoría, pero que reflejaban la visión anarquista sobre los vicios de origen capitalista. Su objetivo era remover la conciencia del público en estos temas. Es el caso de “Prostitución”, según el melodrama de Luis Fernández Ardavín, dirigida por V. Catalán y presentada como “una firmísima y bien fundada diatriba contra la lacra social que da nombre a la producción”. Por su parte, “Como fieras”, también de V. Catalán, es “una viva y acerada crítica contra el alcoholismo, poniendo de relieve los estragos de tan funesto vicio, tanto en el organismo individual como social”. “La última”, de Pedro Puche, es un “apunte jocoso-serio”, según reza un rótulo a su inicio, que se dedicaba también al mismo problema que la anterior (18). Estas dos últimas películas no llegaron a estrenarse ya que se estimó que su realización era pésima y su oportunidad ideológica discutible. Junto al cine, también el cartelismo —fundamental en una sociedad con una tasa de analfabetismo tan elevada— es fomentado como medio de instrucción y de propaganda. Un ejemplo es un cartel, editado por el “Sindicato de las Industrias Agrícolas, Pesca y Alimentación” de CNT- FAI, donde se nos presenta a un adormilado fumando, abrazando una botella, con un vaso de vino y unas cartas de baraja en primer plano. El texto acompañante es elocuente: “¡Obrero! El vicio te conducirá a la desesperación y la locura. EVITALO”.

Del paso de la CNT por el gobierno republicano quedaron pocas huellas. Su breve participación (entre noviembre de 1936 y mayo de 1937) y la difícil situación de la República hicieron que fuera más significativo el hecho mismo de esa participación de anarquistas en un gobierno que su actividad real (19). En todo caso, hemos de resaltar la importancia de la figura de Federica Montseny, ministra del nuevo Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, constituido el 4 de noviembre de 1936 con retazos de “Trabajo y Gobernación”. Además de abordar el ingente p roblema de los refugiados, Montseny destacó por su política sanitaria orientada hacia la medicina preventiva. Se consideraba que la asistencia médica socializada y las medidas sanitarias preventivas debían ser las claves de desarrollo, con vistas a ofrecer una higiene global y una respuesta a las necesidades sanitarias de la población. Como la misma Montseny afirmó en un discurso celebrado en el “Teatro Apolo” de Valencia el 6 de junio de 1937, “en Sanidad procuré, como política sanitaria, prevenir las enfermedades para no tener que curarlas, localizar el foco infeccioso para no tener que curar las epidemias, estar siempre atenta para que los casos, ensanchándose, no constituyan un problema” (20). También proclamó su deseo frustrado de enfrentarse a aquellos males fruto de las desigualdades sociales y económicas, como la prostitución. La lucha contra el alcoholismo, evidentemente, hubiera estado incluida en esa estrategia.

A pesar de los esfuerzos citados, la mayor parte de estas medidas no consiguieron sus objetivos. Entre las causas que nos permiten explicar este fracaso apuntamos las siguientes: - El contexto político de la Guerra Civil no era en absoluto el más adecuado. Las prioritarias necesidades bélicas y las luchas políticas internas en la zona republicana, que culminaron en los Sucesos de Mayo de 1937, marcaron la derrota de las tesis revolucionarias, limitando su peso político y sus posibilidades de acción. A esto hay que sumar las dificultades internas de los grupos anarquistas, con una afiliación en masa al inicio de la guerra de personas poco concienciadas, que desdibujaron el compromiso personal de sus afiliados. Como ejemplo ilustrativo -en este caso referido al tabaco-, podemos citar la indignación de un antiguo militante de la CNT que, al volver del frente, observa que sus compañeros de retaguardia se dedicaban a especular con cigarrillos, un bien muy preciado y disputado(21).

- Por otra parte, sus victorias iniciales en buena parte de España y el papel de las milicias armadas de las organizaciones sindicales, que controlaban al principio gran parte del poder en la zona republicana, hicieron que las incautaciones y las colectivizaciones de tierras ( entre ellas las vitivinícolas) y negocios (como los del ramo de la hostelería) fueran muy numerosas. Esto implicó, lógicamente, que existiera una preocupación económica para conseguir rentabilizar las explotaciones, lo que no era posible con productos no alcohólicos derivados de la uva. La ya citada “Federación Regional de Campesinos y Alimentación del Centro” trataría de solucionar la crisis vitivinícola —previa a la guerra— mediante la mejora de la calidad de los caldos y el fomento de la producción de vinos generosos y licores, potenciando incluso la fábrica de anís establecida en Madrid y propiedad de la propia CNT, a pesar de las muchas dificultades (imposibilidad de adquirir calderas, carencia de anetol —esencia de anís—, etc.)(22).

También, a pesar de los problemas con el transporte, trata de hacer llegar a Madrid grandes cantidades de vino para venderlas en las bodegas y tiendas colectivizadas, inactivas por carecer de tan preciado producto. De hecho, entre el 30 de octubre y el 26 de diciembre de 1937 sólo pudieron llevarse a la capital unos 250.000 litros, cantidad insignificante habida cuenta de la demanda existente, y el problema se acentuaría durante todo el año 1938. Un articulista concienciado de la publicación ilerdense “Acracia” se indigna porque los comerciantes se habían atrevido a trivializar los iconos revolucionarios para vender sus productos: “Anís el miliciano, Papel de fumar CNT, Precios antifascistas, Café 19 de julio, he aquí la nueva terminología del comercio (…) En un bar de los que llevan aval de control obrero, y se consume mucho coñac, leemos este cartel: compañero, este establecimiento te pertenece; engrandécelo”(23).

Finalmente, hemos de señalar un aspecto esencial: la consideración social del alcohol es en estos momentos muy positiva. Además de la propia situación de guerra, ya de por sí causante de procesos emocionales que pueden abocar al alcoholismo, hubo un factor que reforzó su valor social: los mitos erróneos vinculados a la bebida y que, en cierto modo, todavía siguen vigentes en nuestros días. El alcohol es visto como un alimento básico, un reconstituyente, un euforizante, un analgésico, un remedio contra el frío o, simplemente, una sustancia que permitía evadirse de tan despiadada realidad.

Un último caso nos puede servir de ejemplo y, quizás, de conclusión. Frente al intento de intervención, ya al final de la guerra, de todas las flemas y alcoholes procedentes de residuos de vinificación por parte de la Subsecretaría de Armamento de la República para cubrir las necesidades bélicas, la Federación Campesina Anarquista responde que, si se aceptara, se habría de paralizar su producción de aguardientes y licores, y que “es cierto que no son considerados artículos de primera necesidad pero, en las actuales circunstancias y dado el esfuerzo que es preciso exigir a los trabajadores y combatientes, a veces no alimentados tan perfectamente como fuera de desear, casi deben alcanzar tal consideración” (24).

Notas: 1 Casanova, J. De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939). Barcelona: Crítica, 1967: 61.

2 Elosu, F. El veneno maldito. Valencia. Biblioteca Editorial Generación consciente, 1932: 3.

3 Tierra y libertad, 1 de abril de 1909.

4 El libertario. Semanario anarquista, 23 de junio de 1932.

5 Bakunin. Dios y el estado. www.ciudadseva. com , (citado el 24 de mayo de 2004).

6 Carr, R. España, 1808-1939. Barcelona: Ariel, 1969: 423-6.

7 Mintz, J. Los anarquistas de Casas Viejas. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz, 1994: 100-2.

8 Dolgoff, S. ed. The anarchist collectives. Workers´s Self-management in Spain 1936-1939. Londres: Free Life editions, 1974: XIX-XX.

9 Superación. Órgano de la CNT- FAI de Sabadell, 25 de Septiembre de 1937; Sagués, J. Una ciutat en guerra. Lleida en la Guerra Civil espanyola (1936-1939). Barcelona : Publicacions de l´Abadia de Montserrat, 2003: 499.

10 Estivill Pérez, J. El cinema i el teatre. En: Piqué, J , Sánchez, J. (coord). Guerra civil a les comarques tarragonines. Tarragona : Cercle d´Estudis Històrics i Socials Guillem Oliver, 2000: 313.

11 Discurso cenetista en el teatro Fortuna de Reus, citado en Puig Puigerver, R. A cavall de l´utopia. Valls: Cossetània ed., 2001:133.

12 Agitación. Semanario de los trabajadores. Vinaroz, 19 de diciembre de 1936.

13 Seidman, M. A ras de suelo. Historia social de la República durante la Guerra Civil. Madrid: Alianza editorial, 2003: 220.

14 Archivo Histórico nacional. Sección Guerra Civil. PS Madrid. Carpeta 1755

15 Estivill Pérez, J. Op. Cit.: 324.

16 Comentarios sobre la película “Aurora de Esperanza” en la revista Espectáculo, 15 de agosto de 1937.

17 Espectáculo, 15 de agosto de 1937.

18 Espectáculo, 15 de agosto de 1937; Díaz, E. Cine libertario. El cine bajo la revolución anarquista, en Historia 16, número 322 (febrero 2003).

19 Casanova, J. Op. Cit: 178-97.

20 Montseny, F. Mi experiencia en el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Valencia: Sección de Información y Propaganda de la CNT, 1937: 52.

21 Seidman, M. Op. Cit.:328-329.

22 Archivo Histórico Nacional- Sección Guerra Civil. PS Madrid. Carpeta 1755.

22 Sagués, J. Op cit.: 499.

23 Archivo Histórico Nacional- Sección Guerra Civil. PS Madrid. Carpeta 1755.

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