2 feb 2009

Félix Martínez, secretario general de ''Los amigos de Durruti''

[Miguel Amorós] Un repaso a la vida de Félix Martínez, secretario general del grupo "Los Amigos de Durruti".

Félix Martínez Palacios fue uno de esos hombres que la gente de orden llama “incontrolados”. Originario del norte (de León o de Asturias, o puede que de Navarra), donde nació hacia 1907, este irreductible fue de cárcel en cárcel hasta llegar a Barcelona. Según Joaquín Pérez, que le conoció en 1934, formó un grupo anónimo dedicado básicamente a las expropiaciones. El único trabajo que se le conocía era el de chofer, y no es probable que estuviera sindicado. Cuando una vez le preguntó la policía por su oficio, confesó irónicamente ser torero. El recurso a los atracos se empleó tras los fracasos de las insurrecciones de 1933. Las cárceles se llenaron de presos y miles de familias fueron abocadas a la miseria. Ni los sindicatos ni los comités pro presos podían hacerse cargo de las necesidades de tantos compañeros, pues la persecución policial los tenía medio desmantelados. Encima, la escisión treintista todavía había debilitado más a la organización confederal, que perdía afiliados cotizantes cada día. En esas circunstancias las expropiaciones no eran un paliativo descabellado a tantas penalidades, pero brindaban un arma a los enemigos del proletariado, que hacían responsables de todo a sus hombres públicos y a sus organizaciones. La opinión dominante entre los sindicalistas era comprensiva con el fenómeno. Balius, respondiendo a los ataques de la prensa burguesa, escribía en la Soli:

    “Cuando un anarquista comete un error o incurre en algo reprobable, no hay que achacar la culpa a la organización anarquista, sino que debemos fijarnos en el medio donde convivimos. “Los hombres somos hijos del medio en que vivimos. Es pues, el régimen capitalista, el culpable de toda deficiencia social.

    Y ya que nos achacan todos los atracos, he de recomendar a nuestros detractores que examinen el régimen burgués y se percatarán de que la sociedad actual es una sociedad organizada de atracadores. Desde el pequeño comerciante, pasando por el pequeño industrial, hasta llegar a los más potentes consorcios capitalistas, no hacen otra cosa que especular, que en palabras concretas quiere decir robar (...) la diferencia que existe entre el salteador y el comerciante es insignificante...”


Balius recalcaba que los expropiadores actuaban por su cuenta y que eran enteramente responsables de sus actos, por lo que estos no podían imputarse a la FAI o a la CNT, que en absoluto los habían ordenado o sugerido. Cierto, pero con matices. Existían estructuras “de defensa” paralelas que proponían los golpes o facilitaban información y armas. El producto íntegro del atraco era para los presos y sus hijos, para los compañeros necesitados, para la prensa obrera y para la compra de armas y pertrechos. Los expropiadores no se guardaban ni un céntimo y a menudo vivían más pobremente que aquellos a los que socorrían. Hasta la misma prensa hostil lo reconocía. La decadencia de las luchas obreras y el éxito relativo de las expropiaciones llevó a demasiada gente por ese camino, que realmente actuaba por cuenta propia y con bastante menos altruismo. Como quiera que sea, la proliferación de atracos acabó implicando a las organizaciones libertarias, pues había expropiadores que al ser detenidos declaraban pertenecer a la CNT o la FAI y se acogían al Comité Pro Presos. Dicho comité había sido constituido para ayudar a los obreros presos por culpa de la lucha social, no para pagar abogados a atracadores, por altruistas que fuesen. Y por si fuera poco, la CNT negociaba con las autoridades la apertura de sus locales y el permiso para reemprender sin problemas la actividad sindical. El mes de abril de 1935, de la pluma de un casi desconocido Mariano R. Vázquez, salió un artículo en la Soli condenando ese tipo de procedimientos, inspirado en la polémica que sostuvo Kropotkin con los ilegalistas. Decía que las expropiaciones individuales no eran diferentes de la práctica mercantil, y que la CNT era una organización que pretendía una expropiación colectiva de la burguesía, es decir, que aspiraba a la revolución proletaria y a la abolición del capitalismo.

Al despuntar 1933, Félix Martínez Palacios formó grupo con un italiano recién llegado, perseguido en su país por actividades políticas, llamado Giuseppe Vicari. El valenciano José Orts era quien hacía realmente de chofer. El resto, Enrique Pérez Bayo y los hermanos navarros Enrique y Emilio Otelna. Empezaron atracando estancos, hasta que el 7 de marzo dieron un golpe en la Oficina de Arbitrios Municipales del puerto. El día 17 del mismo mes, cuando se disponían a asaltar un despacho de la avenida Blasco Ibáñez, fueron detectados por uno de los numerosos agentes de vigilancia con que el gobernador civil había sembrado por Barcelona. Se organizó una accidentada persecución por los portales Xifré y la plaza Palacios, a consecuencia de lo cual fue detenido Félix, incautándosele una pistola “express”, con su cargador y tres cápsulas de recarga. Más tarde lo fueron el valenciano y Vicari, que habían conseguido huir del escenario de los hechos. Al cabo de una semana cayeron los tres que faltaban. Como quiera que la detención de Félix se produjo antes del asalto, no había delito real. Las diligencias indagatorias de la policía tampoco lograron resultados, pues no se pudo conseguir pruebas que relacionasen al grupo con otros atracos. Cuando se vio la causa, el fiscal retiró la acusación pero solicitó la aplicación de la ley de vagos, sin éxito. De todas formas, habían transcurrido quince meses durante los cuales es de suponer que los encartados los pasasen en prisión. De nuevo en libertad, Martínez fue más cauto. Prestó sus servicios a otros grupos de acción, como el de Progreso Ródenas o el del mismo Joaquín; un buen conductor era esencial en cualquier actividad arriesgada. Pero estos no realizaban atracos, sino preparativos de fugas y sabotajes en apoyo de las huelgas. En mayo de 1935 se convocó en Barcelona una reunión secreta a la que asistieron Durruti y otros significados anarquistas, junto con miembros de grupos expropiadores. Posiblemente estuvo presente Martínez o alguno de su grupo. Allí se pusieron las cartas sobre la mesa; Durruti habló claro:

    “Más de un millón de obreros sindicados en la CNT que esperan el momento propicio para hacer la “gran expropiación colectiva”, exige de nosotros, militantes de ese movimiento, comportamientos adecuados a las necesidades de la lucha. Hoy son las colectivas, las acciones de masa. Y es por esta razón que, lo que ha sido superado por la marcha de la historia, no puede ser mantenido, porque es una forma de lucha contraproducente y caduca...”


Los atracos casi cesaron, pero no sólo debido a Durruti, sino al hecho de encontrarse desarticulados o presos la mayoría de grupos. Tal era el caso, por ejemplo, del grupo de José Serrano Castroviejo, un futuro miembro de Los Amigos de Durruti, sepultado en un mar de sumarios de la autoridad militar y la jurisdicción ordinaria. Martínez peleó en las calles de Barcelona el 19 de julio y no descuidó ir a la Modelo para vaciarla de compañeros. Tras el triunfo proletario marchó con Durruti hacia Zaragoza. Acompañaba a numerosos hombres de acción, algunos de ellos antiguos expropiadores: Campón, Ballano, Esplugas, Bueno, Flores, Ripoll, los Ruano, Ródenas, Joaquín Pérez, Arís, Alba, Aubí, etc. Félix Martínez quedó adscrito a la centuria 21, sector de Gelsa, y siguió haciendo de chofer, participando en “misiones” especiales en la retaguardia. Cuenta Joaquín Pérez que encontrándose en Albacete por un asunto, se les cruzó por el camino el director de la cárcel de Murcia, lugar que Félix había frecuentado, y lo ejecutó en el acto. En aquellos tiempos, bien por simpatía, bien por arrojo, llegó a gozar de cierta popularidad en la columna. A finales de año era un elemento importante del Comité de Guerra de la IV Agrupación de Gelsa. Un parte del espionaje franquista fechado el 9 de enero de 1937 dice: “En Gelsa de Ebro, manda Pablo Ruiz, auxiliado por Ródenas y por Félix Martínez.” La columna, con Durruti al frente, se opuso al decreto de militarización. Muerto Durruti, una parte de ella aceptó militarizarse, mientras que otra, principalmente los sectores de Gelsa y Velilla de Ebro, se negó a hacerlo. El responsable de llevarla a cabo, Manzana, acompañante de Durruti cuando una extraña bala lo hirió de muerte, bien cubierto por la Organización, usó toda clase de amenazas. Los milicianos, soliviantados y dándose cuenta que aquello era la señal más patente de la contrarrevolución en marcha, abandonaron el frente, llevándose consigo fusiles, pistolas, bastantes bombas de mano de fabricación cenetista (de las que se encendían con un puro) y dos ametralladoras. En Barcelona celebraron una reunión donde acordaron proseguir la labor revolucionaria que Durruti encarnaba, creando una agrupación. Había muchos franceses y alemanes del Grupo Internacional. También se les adhirieron viejos militantes con funciones importantes en la retaguardia como Bruno Lladó, Francisco Pellicer, Alejandro Gilabert, Antonio Romero o Jaime Rodríguez. Un local expropiado de Las Ramblas les sirvió de sede social. El día 15 de marzo quedó definitivamente constituida, siendo nombrado Félix Martínez secretario de su Junta Directiva. Los demás miembros de la junta, salvo Balius, eran todos milicianos. No siendo escritor ni orador, su papel en la agrupación, a pesar del rango, no debió de ser importante. Los Amigos de Durruti tomaban sus decisiones en asamblea. No interviene en los mitines del Poliorama y del Goya y su nombre nunca saldrá a relucir, pero lo mismo podríamos decir de otros. Siguió siendo secretario de la agrupación al menos hasta julio o agosto de 1937, pues Balius, preso en julio, salió de la cárcel en septiembre y ocupó el cargo que había quedado vacante. Félix Martínez participó en los combates de Mayo, y como secretario de Los Amigos de Durruti tuvo que estar presente en las reuniones con el POUM. Jordi Arquer menciona en un borrador sobre los Amigos de Durruti que escribió para Bolloten a un tal Martín, que bien podría ser él. Pudo abandonar la agrupación cuando ésta porfió en su enfrentamiento con los Comités, como hicieron otros militantes más conocidos, por ejemplo, Gilabert, Santana Calero o Aubí. Joaquín Pérez supuso que se había dejado corromper, abandonando ideales que no tenía muy arraigados. No se reintegró en el Ejército Popular, como muchos hicieron, sino que permaneció en la retaguardia al servicio de las instancias dirigentes de la CNT. Hallamos un documento con fecha de 27 de junio de 1938 que autoriza a un tal Félix Martínez Palacios a circular por el frente en calidad de miembro del Comité Regional de Cataluña de la CNT-FAI. Es pues de un permiso de circulación. En otro documento, esta vez una hoja de paga fechada el 20 de enero de 1939, Félix Martínez figura como “responsable del Servicio Auxiliar” de la Sección de Defensa del Comité Regional.

La Sección de Defensa tiene su origen en la iniciativa del Comité Peninsular de la FAI de un “Comité de Guerra” encargado de recabar información de los frentes y de las industrias de guerra y de sustituir en el tiempo a la pléyade de comisiones de los grupos, juventudes, cuarteles, sindicatos e incluso fábricas, que mantenía la infraestructura de las milicias. Con pretexto de la eficacia, típico de la burocracia, --se argumentaba “la necesidad de resolver los problemas que planteaba la guerra”-- se trataba en realidad de una maniobra centralizadora destinada a hacer sentir la autoridad de los Comités de la casa CNT-FAI en los frentes. En efecto, su primera labor consistió en informar sobre las resistencias a la militarización. Lo componían Ascaso y Huix por la CNT, y Picas y Grünfeld por la FAI. Sin embargo, dadas las interferencias con la Consejería de Defensa, en manos de la CNT, que ya desempeñaba las mismas funciones, y con el Comité Regional, que despachaba directamente estos asuntos, la eficacia de tal comité, llamado después “Sección de Defensa”, en principio fue nula. Nadie se fiaba, ni pasaba ninguna información. La situación cambió después de mayo de 1937, al completarse la militarización de las columnas. Entonces la CNT competía en los organismos estatales con otras organizaciones y necesitaba estar cerca de los Estados Mayores para saber lo que se cocía, además de controlar a sus combatientes. Una de sus primeras preocupaciones fue la de impedir la circulación de prensa crítica y propaganda clandestina en el frente. Así se acabó con “Frente y Retaguardia” y se persiguió la difusión de “El Amigo del Pueblo” o “Alerta...!”. Por una parte, la ingente burocracia se financiaba con los pluses de la oficialidad afiliada; por otra, los comunistas no cejaban de sustraer unidades confederales a sus mandos propios, destituyendo, arrestando --y asesinando-- a cuantos oficiales y comisarios se opusieran, lo que dejaba prever una ofensiva en toda regla llegado el momento propicio. La fuerza militar y la información militar se traducían en fuerza política, y las cosas no serían diferentes en caso de acabar la guerra bien porque triunfase la República, bien porque se acordara un armisticio. Además, al disolver los cuadros de defensa confederal y los comités de defensa, órganos de combate descentralizados, la propia Organización quedaba desprotegida ante el menor ataque. En consecuencia, la Sección de Defensa pasó a tener importancia capital, y el mismísimo Comité Nacional tuvo la suya (todos los Comités crearon una). Diversos Comités de Enlace aparecieron para coordinar las diferentes secciones. Cuando la represión se abatió sobre los militantes de la CNT-FAI y las JJLL, la Sección de Defensa fue el único organismo capaz de conseguir alguna información –poca-- de los presos en poder del SIM. Poco después del ascenso de Negrín a la jefatura del Estado algunas secciones elaboraron planes para llevar a cabo golpes de mano en caso de necesidad. En Cataluña se montó una estructura capaz con los antiguos grupos de defensa confederal, disueltos en agosto de 1937; el caso llegó a preocupar tanto al Gobierno, que en diciembre de 1938 mandó asaltar la Casa CNT-FAI en busca de armas. En la zona Centro la Sección de Defensa, dirigida por Val, llegó a ser el organismo libertario de mayor poderío, demostrando su fuerza en el golpe de Casado. Un burócrata imberbe como Grünfeld o alguien que no había pegado un tiro en toda la guerra como el veterano Picas no resultaban idóneos en el frente o en los barrios. Mejor un experimentado miliciano y hombre de acción como Félix Martínez, capaz de inspirar confianza en los anarquistas que los mismos burócratas de la CNT empezaban a llamar “incontrolados”.

El miliciano refractario se había transformado en un responsable del Comité, y buen conocedor del frente de Aragón en su anterior tarea de chofer, el “presidente” de la agrupación “Amigos de Durruti” acabará pues en el Comité Regional de la CNT catalana. Otros, desencantados, volvieron a las expropiaciones. Ante el amansamiento general ante la burocracia orgánica y el Estado, el hombre libre hace la guerra por su cuenta y golpea lo primero que ve. Ninguna salvación en la miseria política y el adiestramiento sindical dominante. En un estado de espíritu para el que nada vale la pena, todo es permisible. El ideal, mil veces hollado por los dirigentes que se llenaban la boca con él, empieza por uno mismo. Pero el no someterse nunca es un título de nobleza muy peligroso cuando la autoridad estatal se tambalea. José Alba, compañero suyo en el comité de guerra de Gelsa y en Los Amigos de Durruti fue fusilado en las postrimerías de 1938, a causa de un atraco al mercado del Born. Progreso Ródenas hubo de permanecer escondido el resto de la guerra y Joaquín Pérez, condenado a muerte por tenencia de armas, pudo salvarse in extremis, al romper la puerta de la celda cuando los franquistas entraban en Barcelona. Al acabar la guerra Martínez debió pasar a Francia por La Jonquera, con el resto del Comité Regional, pero su nombre se esfuma en la emigración. Por su temperamento podemos suponer que participó “a su modo” en la resistencia contra los alemanes y contra Franco, aunque del exilio no nos hayan llegado noticias suyas, ni se haya dejado oír su voz. Para la gente que no quiere dejar rastros, vale que la palabra sea de plata, pero el silencio es oro.


Miguel Amorós, enero de 2009

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