Kaosenlared.net / Pepe Gutiérrez-Álvarez
Es bastante posible que Lev Tolstói hubiera estado de acuerdo con aquel militante andaluz que, según se cuenta del Congreso de la CNT de Zaragoza en 1936 (o sea, al borde del abismo), dijo aquello tan lindo que para hablar de anarquismo había que enjuagarse varias veces la boca…La expresión era, es hermosa, y podía servir para todas y cada uno de las grandes ideales que han iluminado la historia social. Se ha discutido, se discute sobre el anarquismo del escritor y aristócrata ruso que fue un cristiano sin Dios ni Iglesia, un cristiano de obras, de una filosofía por una buena vida basa en el trabajo atrayente y la fraternidad por encima de las razas o los credos. Está claro que su anarquismo ha quedo más como curiosidad que como expresión militante, y no fueron pocos los anarquistas que, aunque apreciaron su obra y apostolado pedagógico, rechazaron su pacifismo de la otra mejilla. Sin embargo, hubo muchos Tolstóis, y habría valorar algunos de ellos en esto del anarquismo. De entrada, Tolstói fue uno de los escritores que más influyeron en la formación y en la evolución de aquellos obreros y obreras que encontraron en sus libros una escalera, la más atractiva y asequible posible. En un libro que recoge los testimonios orales de veteranos anarquistas, el historiador Paul Avrich (especialmente conocido pro sus libros sobre el anarquismo ruso y la tragedia de Kronstadt), anota una y otra vez esas lecturas, de las primeras, y en todas ellas encuentran una veta de la que, personalmente, me he sentido partícipe cuando me inicie en las lecturas, a saber: el influjo de una sentimiento de autoestima entre los campesinos y trabajadores, notas ya presentes en sus primeras obras, en Guerra y paz por supuesto, cuando Tolstói todavía estaba muy lejos de la crisis que le llevó a cuestionarse su fe y su papel en la sociedad.
Tolstói empero fue reconocido por otros muchos anarquistas como uno de ellos, como alguien que quería lo mismo que ellos. Que Kropotkin con el mantuvo una relación amistosa desde lejos, amén de un sentimiento de admiración mutua. Como Max Nettlau, conocido como “el Herodoto de la anarquía” que lo entendió como una forma de anarquismo pacifista que él también veía en las sectas cristianas más consecuentes…Normalmente estudiado desde las perspectivas más radicales y violentas, es posible que un estudio más minucioso y horizontal, nos permitiría descubrir a numerosas personas que fueron militantes de la CNT, y que lo tenían por encima que Bakunin, y algunos he podido conocer personalmente.
Seguramente, estos habrían estado de acuerdo con esta nota escrita por Rafael Barrett poco antes de morir, y escrita poco después del entierro en verdad multitudinario del autor de resurrección, un entierro encabezado por campesinos, y en el que no hubo sacerdotes, y si asistió alguna autoridad, tuvo que ser entre la muchedumbre. En cuanto a la nota, está incluida en su Obras completas (Buenos Aires, Americalee, 1943, pp. 535-6).
“En 1879, a los cincuenta y un años de edad, el conde León Tolstói es famoso dentro y fuera de Rusia. Sus libros se traducen a todos los idiomas. Su esposa y sus hijos le adoran y sus mujiks le veneran. Sus costumbres sencillas, el aire libre de los campos, le han hecho sano y recio como un roble. Salud, renombre, riqueza, hogar, supremacía social... ¿qué le falta? ¡Le falta todo, todo! Le falta la paz interior, y si pudiese vivir sin ella, no sería Tolstói lo que es, lo que va a ser. ¿Cuál es el sentido de la vida? Y si la vida no tiene sentido, si el universo es una máquina ciega, desbocada al azar, ¿para qué vivir? La idea del suicidio se apodera de este vencedor, colmado por la fortuna; sus amores son ahora la escopeta de caza, la cuerda en el granero, el remanso donde anida la muerte. ¡Congoja última, parto del hombre nuevo! El santo aparece. Tolstói se ha encontrado a sí mismo, al encontrar a Dios. Dios es «lo que hace vivir». [...]
En Tolstói, el ascetismo estético se confunde con el ascetismo moral, el poeta con el profeta. Es el anarquista absoluto. La tierra para todos, mediante el amor; no resistir al mal; abolir la violencia; he aquí un sistema contrario a toda sociedad, a toda asociación, [...] porque toda ley, todo reglamento, toda forma permanente del derecho --derecho del burgués o derecho del proletario--, se funda en la violencia. ¡Y decir esto en Rusia! El Santo Sínodo excomulga a Tolstoi, sus libros son secuestrados, sus editores deportados. Es el revolucionario y el hereje sumo.
Es el enemigo del Estado, de la Iglesia y de la Propiedad, puesto que ama a su prójimo. El que ama, no quiere inspirar terror, sino amor. Y ¿cómo, si renunciáis a mantener el terror en los corazones de los débiles, seguiréis siendo Jefes, Dueños, Sacerdotes? [...]
Y, sin embargo, Tolstoi era un prisionero, un perseguido: prisionero de su gloria, perseguido por la ternura de los suyos. El escrúpulo de ajustar su conducta a sus doctrinas, le atormentaba constantemente. En lo que le fue posible, se despojó de sus propiedades, de sus derechos de autor. Se vistió con los vestidos del pueblo; se alimentó como los pobres, de un puñado de legumbres; se sirvió a sí propio, se hizo sus zapatos y sudó sobre el surco. Pero su conciencia pedía más, y sus discípulos también. ¿Por qué los cuidados de su familia, los halagos de los amigos y de los admiradores? ¿Por qué preferir los hijos de su carne, él, padre de tantos hijos del dolor? Había que cumplir el supremo sacrificio, y el 10 de noviembre, de madrugada, en secreto, como un malhechor, el gran anciano se escapa de su casa. ¿A dónde? A la muerte. Para subir más alto, le era ya forzoso abandonar la tierra”.
Para acabar, recordemos un fragmento de la última que Tolstói escribió a su esposa:
“No me busquéis. Necesito retirarme del ruido y de todo lo que me perturba. Estas eternas visitas, estos eternos solicitantes, estos representantes de cinematógrafos y de gramófonos que me asedian [...] emponzoñan mi vida. Es preciso que yo me retire. Se lo debo a mi alma y a mi cuerpo de pecador, que ha vivido ochenta y dos años en este valle de miserias. Durante treinta años he soportado la mentira mundana, la del lujo, la del confort. Estoy cansado de ella y quiero acabar en la pobreza mi vida desgraciada”.
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