4 feb 2011

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

Breve reflexión acerca de las revueltas en el mundo árabe y lo que estas nos echan en cara a los occidentales...

Las recientes revueltas sucedidas en el mundo árabe contrastan con las que han sacudido Europa durante el 2010. La violencia desatada en Egipto y Túnez no tiene punto de comparación con la de Francia e Inglaterra. Esto nos lleva a pensar lo siguiente: el Estado se destapa solo cuando se ve destapado.

Las protestas europeas se basaban en la retirada de unas reformas económicas. Nada de proletarios o clase obrera: los que nunca han sido oprimidos, los que siempre se han enorgullecido de formar parte de países que esquilman y no que son esquilmados, aquellos que nunca se les pasó por la cabeza protestar y que incluso se reían de los que lo hacíamos, estos son los que deciden salir a la calle. En el Estado Español, además, lo hacen de mano de unos sindicatos significativamente vendidos. Y lo deciden ahora, únicamente tras haberles sido reducida su capacidad de consumo basado en el expolio. Las protestas europeas no están basadas en el odio, en la necesidad acuciante, después de las reformas económicas todo estará un poco peor, pero no estará realmente jodido.

Futuro jodido se ve al formar parte de un país en dictadura, donde no se puede salir a la calle con una triste pancarta, ni disentir de la opinión dominante de ninguna forma. En países como Egipto y Túnez han encontrado las únicas palabras que pueden hacer tambalear un régimen, aquí solo encontramos palabras que lo refuerzan. Está claro que las revueltas en el mundo árabe no atacan a la raíz misma de la autoridad estatal, su objetivo es el de crear una democracia a la occidental o a lo islamista, y todos sabemos de que van las democracias actuales. Pero es que las protestas europeas no buscan algo muy diferente.

Lo que es de valorar es la capacidad que han tenido de seguir en las calles a pesar de los cientos de muertos, a pesar de los disparos y las detenciones. En nuestro mundo feliz nunca ocurren semejantes hechos y, sin embargo, abandonamos el combate antes de que este se plantee.

Las cuestiones que nos plantean estas revueltas son: ¿Qué haremos cuando todo el mundo sea Primer Mundo? ¿Cómo adaptaremos nuestras formas organizativas anticuadas y nuestros discursos a un mundo sin pobreza? ¿Qué excusas (económicas, reformistas, laborales, de derechos fundamentales…) buscaremos que nos libren de decir claramente que lo que queremos es ser libres y punto? ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar cuando vuelen las piedras sobre nuestras cabezas y las balas nos rocen? Si no somos capaces de contestar a estas preguntas, no tiene sentido empezar una lucha que no podemos terminar.

Fdo. Persona

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