Una serie de vídeos, grabados con un teléfono móvil y difundidos a través de Internet, muestran las torturas practicadas a presos de la cárcel de San Felipe, en la provincia argentina de Mendoza (centro-oeste). El funcionario que filmó estas escenas y otros siete de sus compañeros han sido detenidos.
No es nada nuevo que en las cárceles se torture. Lo nuevo es que alguien lo grabe y lo difunda dejando claras las circunstancias que se viven dentro. Cualquiera que no haya pensado nunca en la cárcel y su función en nuestra sociedad puede creer que reinserta. Pero sólo por un momento, porque rápidamente cualquiera se da cuenta, de forma reflexiva o no, que eso es un argumento del todo delirante. Un argumento para tranquilizar conciencias, todo hay que decirlo, poco conscientes. Pero a la que unx reflexiona un poquito toda esa parafernalia de la reinserción se derrumba. Las únicas funciones de la cárcel son castigar a lxs que transgredieron las reglas que unos cuantos han tejido para mantener un orden social basado en la desigualdad, y advertir a el/la que todavía no lo ha hecho qué le espera si lo hace.
Por todo esto cuando se habla de la cárcel estamos hablando de un dispositivo del Dominio muy útil para mantener el orden social existente. Un dispositivo que, como todas las estructuras del Estado, no funcionarían sin lxs funcionarixs de prisión o carcelerxs. Éstos que, si bien son personas como todxs nosotrxs, desempeñan un papel en el sistema que precisa de unos cuantos ajustes de su subjetividad (no es distinto en cualquier especialización laboral; la distinción viene dada por su función dentro del Sistema).
Para empezar deben atenerse a sus funciones como funcionario, cosa que implica obedecer las órdenes del superior de la cadena de mando. No hacerlo puede implicar un expediente. Ésta es una característica de muchos trabajos y conduce a una autojustificación de lo que unx hace. Es decir, el Estado se constituye en la coartada que justifica toda una serie de decisiones tomadas acríticamente y que a la vez que transforman el mundo en lo que es, le transforman a unx de la misma forma en lo que se va haciendo. De esta forma afirman que lo suyo es un trabajo como otro cualquiera (como el de policía, el de torturador en la dictadura chilena o argentina o el trabajador que apretaba el botón para gasear a lxs judíxs en los campos de concentración; trabajos al fin y al cabo). No justificar los propios actos (con el soporte de todo el entramado carcelario/estatal) puede conducir a sentimientos de tristeza, decepción, culpa y demás. Eso es, a una baja por depresión y que te doren la píldora lxs especialistas para poder reprimir tus propios sentimientos por lo que haces. Mejor sería dejarlo por algo más digno.Ser carcelerx implica también tener en mente una polarización muy clara de buenos y malos. De no ser así se puede entrar en contradicciones irresolubles que no permiten cumplir con eficiencia la tarea encomendada (por ejemplo encubrir malos tratos de otrxs, acceder al castigo físico o psicológico, justificar encierros de toda una vida…). Sólo el mero hecho de trabajar en un lugar cerrado, donde para franquear cualquier puerta hay que sacar llaves, pedir permiso, accionar un botón, ser registrado, pasar controles, etc, contribuye a generar la sensación de una polarización dentro/fuera, malo/bueno, peligroso/seguro, que modifica las formas de pensar y de vivir de cuanto se dedica a esto.
Además requiere la capacidad de gestionar su propio poder sobre otras personas en situación muy desfavorable. De aquí deriva la posibilidad de que humillen, maltraten, torturen, a lxs presxs, pues pocas cosas lo impiden a parte de su ética (y sabemos que la ética no abunda precisamente mucho en estos tiempos que nos tocan vivir). Los reglamentos que lo impiden son reglamentos instituídos por los mismos que se benefician de que se transgredan.
Con todas estas credenciales grabadas en el centro de cada sujeto encargado de la administración y buen funcionamiento de la cárcel, más les valdría dejarlo y hacer la crítica de su labor que airearlo en según qué círculos. La respuesta puede aparecer en cualquier momento, y ser de lo más contundente (como indican las bombas colocadas a dos alcaides, la paliza a otro alcaide o los disparos contra un funcionario de prisiones sucedidas en Grecia en los últimos años). Esos carceleros argentinos del vídeo deberían saberlo.
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