Ahora lo entendemos, aquel veterano, con gafas y canas, que primero miró de reojo la hoguera y luego echó un cartón para azuzarla: era un antisistema.
Aquellos adolescentes que aparcaron las bicis y ayudaron a romper la cristaleras del museo Diocesiá (el de los embaucadores y abusadores) también eran antisistema.
De los lateros pakistaníes ya sospechábamos, como nadie estaba por ellos, también aprovecharon para prender fuegos.
Los que portaban la pancarta del piquete de las 12 horas: “Contra la dictadura del Capial, Huelga General” también lo eran.
Los que robaron vaqueros también, los que los tiraron en la hoguera, más de lo mismo.
Los que usaron las sillas de las pizzería para construir barricadas, también.
Todos antisistema.
La pancarta del banco ocupado “la banca nos explota, la patronal nos vende, los políticos nos asfixian y CCOO y UGT nos mienten”, o algo así, también lo era.
Como la octavilla de “La economía está en crisis...¡Qué reviente!” y las del 29 Salvaje, todas antisistema.
Y el periodista, que afirmó: “no hay nada nuevo, son revolucionarios que, como el viejo topo, salen a la luz tras debilitar los cimientos del poder”, ¿también era antisistema?
¿Y el juez que permitió que la ocupación del Banco durara hasta el día de la huelga, no sería también antisistema?
¿No serás tú el único imbécil que no eres antisistema? El único que aún alaba el sistema capitalista.
Porque de lo que estamos hablando es de antisistema capitalista. Ese sistema que expulsa a unos, margina a otros y aísla y explota a la mayoría. Ese sistema del que una minúscula minoría de propietarios se beneficia. Un sistema que desde que surgió necesitó de una policía para defenderse, de unas leyes para perpetuarse y de unos periodistas para legitimizarlo. ¿Por qué nunca dicen de qué sistema somos los antisistema?, ¿por qué no aclaran que es el del Capital?, de ese sistema en crisis que ya pocos se atreven a defender. ¿Por qué no lo dicen aunque se cante: “¡anti, anti, anticapitalistas!”. ¿Por qué no se acercan a preguntarnos qué mundo queremos? O mejor, qué de todo esto no queremos. ¿Por qué se limitan a poner antisistema?, ¿será como sinónimo de antisociales? Creemos que no, pues saben que si hay alguien a quien les gusta estar acompañado, mezclado y arrambado, es a nosotros. Sin importar edades ni preferencias amorosas. Estamos contra el capitalismo, luchamos para abolir este sistema basado en el trabajo asalariado y la desigualdad social, y si usamos la violencia es porque es un sistema que desde su gestación la usó para imponerse y defenderse, la usó al privarnos de los medios de subsistencia y obligarnos a trabajar (para los propietarios de las cosas).
Sabemos que si se nos volviera a ocurrir convertir el Ritz en un comedor popular y los latifundios de Aragón, en colectividades agrarias, el Estado nos respondería con armas de fuego. Por eso somos conscientes que en una insurrección tendremos que usar algo más que piedras para defendernos. Ante todo detestamos la violencia cotidiana del capital, la que mata en sus guerras y hambrunas o la que administra muerte en sus lugares de trabajo y estudio. Pero sigamos con el término de moda entre los mass media: antisistema.
Tras la batalla del Cine Ocupado, 1996, cifraron nuestra media de edad entre dieciocho y treinta años, tiempo después, en las batallas anticapitalistas por las cumbres de presidentes, seguíamos en esa juventud. Casi una década después, vuelven a decir que seguimos en esa franja de edad. ¿Qué se piensan que para nosotros no pasa el tiempo? ¿Qué nosotros claudicamos como la mayoría de sus amigos? ¿Qué nuestra rebeldía era un asunto de juventud? O piensan que nosotros somos los teóricos y los jóvenes los que tiran piedras. Pues no, nosotros también tiramos piedras y prendemos fuegos, y los jóvenes no paran de forjar teoría. Como aquellos encapuchados de Madrid que subieron a un andamio para desplegar una pancarta con la consigna: “sindicalistas traidores la huelga es de los trabajadores”, pura teoría, poesía casi, como aquel verso de “Quien siembra miseria, recoge rabia”. Pero basta de tratar de aclararles las cosas a los funcionarios de Mentira y el Poder.
Si hacemos este escrito no es para los periodistas, no es para explicarles porqué, el 29 Salvaje, nuestra rabia hacia sus poderosas mentiras se expresó rompiendo los cristales de sus unidades móviles. Nosotros os queríamos escribir a todos vosotros, también nosotros, a todas las compañeras, a todas las que rompimos la cotidianeidad capitalista en el centro de Barcelona, a todos los que, tarde o temprano, nos volveremos a encontrar, otra vez decididos, otra vez organizados, otra vez unidos, como una auténtica comunidad de lucha. Un fuerte abrazo a todos los que, tras el 29 S. andamos con una sonrisa por las calles… ¡cchzz! cuando pases al lado de los mossos ponte serio, que nos andan buscando.
¡Compañeros presos a las calles, calles para la insurrección!
Carcelona, otoño caliente de 2010
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