Eso no es nada invisible, como el sentido común o el pueblo-que-no-existe: por el contrario, es bien visible: son unos señores que se creen que pueden mandar en la lengua de la gente como si fuera suya.
Harto triste es ya que tengamos que cargar con una Real Academia de la Lengua Española, por ejemplo, destinada al intento de unificar y determinar lo que es español y lo que no, que, como ve que en la escritura puede mandar y dictar normas, se creen que también puede mandar en la lengua y enseñar a la gente cómo hablar bien en español. Los resultados puede el lector, y aun mero oyente, topárselos por doquiera; unas reglas de ortografía insensatas, que arrastran un lastre de pedanterías desde el siglo XVII hasta el presente, como mandar que se escriba con h ‘hombre’ y los imperfectos en ‘-ba-’con b, porque en latín, nada menos, (no en castellano viejo, cuando h- era un fonema y la oposición ‘b/v’ regía, y así se escribía omre o dava) sabían, los ignorantones de ellos, que en latín se escribía homo o dabat, mientras permite graciosamente la Academia y sin más motivo que algún descuido de viejos cultos consagrado, que escribamos sin h- ‘armonía’ o ‘endecasílabo’. Todas las cuales pejigueras, si se limitaran a la escritura, no serían mayor crimen, pero amenazan con serlo (contra lengua, que no es de nadie, y pueblo, que no es nadie) cuando a partir de ahí, pueden llegar locutores concienciados a obedecer y, en vez de escribir como se habla, hablar como se escribe, soltando cosas como oBstáculos, eXtraños o traNsportes . Y se topan igualmente los lectores con Diccionarios de la Lengua, que intentan esplicarle a la gente, con una culta ignorancia heredada de tres o cuatro siglos o, peor todavía, actualizada, el significado de las palabras, que ya de por sí no puede nunca definirse, pero que, con la inepcia académica, da lugar a una serie de embrollos y de errores que hasta le sonarían al sentido común ridículos, si no fueran los súbditos del poder tan obedientes. Harto triste y penosa es ya esa carga de sentir cómo la Cultura quiere poner la lengua al servicio de los ideales o necesidades del Estado y el Capital. Pero la cosa se vuelve más triste todavía cuando se encuentra uno encima con feminist@s, o con catalanist@as o galleguist@s, que reproducen la misma inepcia culta y académica, queriendo que la lengua que no es de nadie se ponga al servicio de sus banderas respectivas, y, al hacerlo, demuestran la misma espesa ignorancia de lo que sea lengua o pueblo; que tal vez sea común el no saberlo (la gente habla así de bien como habla gracias a que no sabe a conciencia la gramática de su lengua); pero se vuelve en ellos ignorancia monumental porque creen que sí lo saben. Sólo por hoy un par de ejemplos. Cuando se empeñan en que al menos todos los españolitos digan , en vez de Lérida, Lleida (que como la mayoría de ellos yeízan, será más bien Yeida) o Girona (con una g- catalana, algo como sy-) o , para no ser menos, Ourense y A Coruña, revelan la insipiencia más elemental en que ni siquiera se dan cuenta de que justamente los Nombres Propios son elementos que no pertenecen a una lengua, de manera que, al poner en ellos su patriotismo lingüístico, destapan lo mal que saben lo que son los mecanismos de su propia lengua; y en su ceguedad, se vuelven así en contra de su propio patriotismo, al no recapacitar siquiera en que eso de que a ciudades se las llamara en el estranjero Londres o Burdeos o Varsovia o Pekín lo que mostraba era el renombre y fama de que gozaban fuera de las fronteras de un Estado y de su idioma oficial. Asímismo, cuando los feminist@s, se revuelven contra su propia lengua porque, en español, cuando hay en una reunión chicos y chicas haya que decir “todos” y si una familia tiene niñas y niños, se hable en conjunto de sus “niños”, es que se toman a lo sexual la oposición ‘masculino/femenino’, olvidando que cuchillos y cuchillas, ni pozas y pozos, tampoco almendros almendras tienen sexo, y (en inglés no hay tal cosa como Géneros de nombres, pero eso no va a quitarles a los feminist@s de equivocarse también en inglés contra la lengua), lo que hacen con eso es desconocer los mecanismos más elementales de la lengua, como el de las oposiciones privativas, que al tenerse que anular en ciertas situaciones, es el término no-marcado (en este caso el Género Masculino) el que aparece como representante de la oposición anulada ( “son necesarios ollas y pucheros” ); y al echar a la lengua, que no es de nadie, ni sabe nada de sexo ni ordenaciones sociales de uno y otro, la culpa de lo que no le corresponde, están luciendo una confusión desastrosa de la lengua (que no sabe de sexos como no sabe de dinero , siendo la sola cosa humana que se la da a cualquiera gratuitamente) con la Cultura, que ésa sí que es machista, como que el Poder es, desde el principio de la Historia patriarcal y masculino, hasta el punto de que, cuando las mujeres se ponen a ocupar puestos en la escala o cuadros sociales, siendo esos puestos costitutivamente masculinos (presidente, juez, guardia civil, ministro, etc.), no pueden menos de hacer traición a su propio sexo, sometido y sumiso desde el comienzo de estos 10.000 años de Historia más o menos, casi nada al pie de la Lengua, que se hunde más allá de la Prehistoria, y así le echan a la lengua, que no conocen, pero, ¡ay! que se creen que sí, culpas que son de las reglas sociales, de buena y de mala educación, de usos políticamente (in)correctos de la lengua, normas que sí que son con frecuencia machistas o señoriales, como que se establecen y funcionan a nivel cosciente , donde está ordenado que en sitios, al casarse, tomen las mujeres el apellido del marido, o igualmente se prescribe que se les ceda el paso de la puerta a las señoras; todo lo cual no tiene nada que ver con la máquina de la lengua, donde nadie manda más que el pueblo -que-no-existe, el sentido común o subconciencia, y que los señores (o señoras) no sólo no conocen, sino que, al pretender conocerla, no pueden menos de estropearla y hacerla chirriar de esas maneras. Más les valía a esos malos rebeldes contra Estados o machismos que dirigieran los tiros a donde deben, y dejaran en paz a la lengua, que es el solo sitio donde pueden encontrar algo de común y pueblo sin sexos ni fronteras, que es lo que podría levantarse contra el Poder y desmentir sus falsedades.
* Agustín García Calvo (Zamora, 1926). Catedrático emérito de Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid. Fue Premio Nacional de Ensayo en 1990 y de Literatura Dramática en 1999. En 2006 se reconoció su labor como traductor con un nuevo Premio Nacional. Es autor de numerosas libros de gramática, filosofía, teatro, poesía y narrativa. El último de ellos, Cosas de la vida, 17 cuentos (Ed. Lucina, 2009).
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