Hubo un día en que el Sáhara creyó que, al fin, iba a poder ser libre. Era 1975, y el Estado Español (a quien pertenecía el Sáhara como colonia) accedía con Franco en cama a que se celebrara un referéndum para la independencia de ese territorio. Meses después, y antes de que la consulta se celebrara, una sangrienta invasión conjunta de Marruecos y Mauritania ponía fin a aquel proceso.
¿Qué hizo, entonces, la dictadura franquista? Mirar para otro lado y permitir que una monarquía tiránica como la marroquí invadiera un territorio que aún se encontraba bajo inmoral soberanía española. Desde entonces, y pese a la noble resistencia saharaui que doblegó al ejército mauritano, el territorio permanece ocupado militarmente por Marruecos, siendo una enorme parte de su población forzada a emigrar por el desierto hasta llegar a la hinóspita Hamada Argelina, donde sobreviven como refugiados en medio del desierto. Son un pueblo ocupado, castigado, mutilado y dividido, que sin embargo no desiste en el intento de recuperar su tierra pese a que Marruecos la ha sitiado con el muro de hormigón más grande que existe a día de hoy sobre el planeta.
Ante esta lamentable situación, ¿qué hizo, después, la llamada democracia española? Eludir sistemáticamente su responsabilidad innegable al respecto, pactar con el régimen marroquí, venderle armamento para masacrar al pueblo saharaui, facilitar que empresas españolas explotaran los recursos naturales del Sáhara ocupado y, eso sí, lavar su cara con bellas palabras, declaraciones tan fáciles de redactar como de incumplir y actos de falsa solidaridad verbal. Pero las palabras no se comen ni devuelven una tierra, y son ya más de 30 años los que el pueblo saharaui lleva exiliado en medio de la nada esperando por una solución que nunca llega.
Todos esos años que los saharauis llevan anhelando el retorno a su casa han estado aguardando también el cumplimiento de la responsabilidad moral que tiene con ellos Occidente en general y el Estado Español en particular. Pero esperar algo de los parlamentos europeos se ha demostrado sin duda irrisorio y absurdo. Por encima de todas las palabras y las falsas intenciones, miles y miles de seres desprovistos de lo más básico y de su propia tierra siguen sobreviviendo día a día con la intención firme de no bajar los brazos. Que la misma firmeza nos acompañe a nosotros a la hora de alzar desde aquí la voz por su liberación, por su dignidad y por sus derechos.
Estas fotos tratan de ser un grito más para esa causa.
Más de 200.000 personas viven desde hace más de 35 años en los campamentos de refugiadxs en la Hamada desértica de Argelia.
Las heridas de la guerra son más que visibles. Muchos vehículos antiguos civiles y militares se amontonan en mitad del desierto.
La fuerte dependencia de la ayuda internacional del pueblo saharaui provoca que sus instalaciones sean bastante precarias. Aún así, han conseguido establecer un sistema sanitario, como esta clínica, y un sistema de educación mínimos.
A pesar de las duras condiciones, el pueblo saharaui ha logrado un índice de escolarización casi completo, más alto incluso que algunos países del supuesto primer mundo.
La mujer saharaui tiene su propia lucha dentro de la lucha saharaui. Aunque poco a poco se van reconociendo sus derechos, la mujer saharaui aún siendo la responsable de la economia familiar, y por consiguiente, de la economía de los campamentos, aún ocupa un lugar desigual en la organización de la lucha por el Sahara libre.
Uno de los problemas más graves del terreno es la presencia de minas y morteros marroquís, y la mayoría de fabricación española, de la pasada guerra. La zona límitrofe al muro marroquí es la segunda zona más minada del mundo, con casi 500.000 minas antipersonas.
- La Plataforma -
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