Para Mohamed Kherfallah, los jóvenes en su vecindario que la semana pasada lanzaron piedras y bombas molotov a la policía en la capital argelina están haciendo un servicio a la comunidad.
Kherfallah, como sus vecinos, está harto de esperar a que el Gobierno los reubique.
“Aquí siempre es una pesadilla”, dijo el hombre de 66 años mientras estaba en un pequeño apartamento de una habitación que comparte con 11 miembros de su extensa familia.
El distrito Diar Echams donde vive sufrió disturbios la semana pasada por las malas condiciones de las viviendas y el desempleo. La policía usó gases lacrimógenos y cañones de agua para intentar, infructuosamente, dispersar a los manifestantes y varios agentes resultaron heridos.
“Los jóvenes lograron lo que nosotros no pudimos lograr a través de medios pacíficos. Nos están escuchando porque los jóvenes hicieron mucho ruido”, dijo Kherfallah.
Es poco probable que los disturbios pongan en peligro al Gobierno porque los partidos de la oposición son débiles y el Estado tiene un vasto aparato de seguridad para contener los desórdenes civiles.
Pero la frustración está aumentando, según los analistas, ampliando la distancia entre el Gobierno y los jóvenes en un país que aporta el 20 por ciento de las importaciones de gas de Europa y está saliendo de un conflicto con islamistas.
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