El 19 de junio de 2011, miles de personas nos juntamos en el Parlamento catalán en la mañana en la que se aprobaban las reformas y recortes del gasto público. Los motivos por los que allí nos encontrábamos eran tan variados como variadas eran las intenciones. Algunas personas creíamos que si la convocatoria era “parar el Parlament” había que hacerlo, de la manera que cada uno creyera conveniente.
Con nuestros cuerpos, insultos, escupitajos y blasfemias, en un contexto completamente militarizado por los antidisturbios y sus cómplices de la prensa, lo único que conseguimos fue alterar mínimamente una jornada más de esta farsa. Después de todo las decisiones provenientes de las élites económicas (Banco Común Europeo, FMI y BM) ya estaban aprobadas. Ahora el Estado y los medios de comunicación buscan aislar y condenar al menos a 22 personas que allí se encontraban. La amenaza es de penas de cárcel de entre 3 y 5 años, y a las vez recurren a la vieja y clásica división entre “buenos” y “malos” manifestantes, dejando bien claro que esta operación no va “contra ningún movimiento”, sin contra elementos aislados. La mil veces utilizada división entre violentos y no-violentos. Esta división busca hacer creer que cualquier forma de protesta que sobrepase los (cada vez más estrechos) canales del diálogo y la participación con nuestros verdugos, que rechace el econocimiento de quienes nos oprimen y sus leyes, es equivalente al terrorismo.
Pero muchos de los que allí estábamos sabemos que los terroristas son ellos, los que con una policía cada vez más militarizada, con redadas xenófobas, con políticos abiertamente racistas, con recortes, desahucios, con el endurecimiento de los códigos penales y la sombra de sus cárceles, nos recuerdan quienes son los que poseen el monopolio de la violencia.
Desde que comenzó el “contexto de crisis”, que no ha hecho más que evidenciar lo que ya no se podía seguir escondiendo, se oyen voces de los ministerios de sofocar cualquier intento de rebelión contra las condiciones actuales, de evitar que “el efecto griego” contagie.
Y con esta oleada de detenciones y el fantasma que para muchos evoca la Audiencia Nacional, quieren silenciar el cada vez mayor descontento y la creciente solidaridad entre los oprimidos. Por que es precisamente la solidaridad lo que más evidencia la inutilidad de la representación política y su teatro, y que es posible tomar el control de nuestras vidas.
¡SOLIDARIDAD CON LOS ENCAUSADOS POR LOS ECHOS DEL PARLAMENT Y CON AQUELLOS
QUE SE REBELAN CONTRA ESTE SISTEMA DE MISERIA!
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