Francisco Roldán nos dejó para siempre el viernes 12 de marzo. Tenía 95 años.
La bandera rojinegra que cubre hoy su féretro es el símbolo de toda una vida. Francisco Roldán es la imagen de una generación de la cual él era uno de los últimos representantes.
Anónimos, callados, constantes, estos hombres le proporcionaron su fuerza a un movimiento social singular que hizo tambalearse las bases de la sociedad capitalista. Obreros y campesinos, contribuyeron a dar a estas categorías sociales una dimensión constructiva sin precedente. Revolucionarios, la revolución la hicieron; no todos podemos decir lo mismo. Aplastados, encarcelados, exiliado, nunca renunciaron a nada, prosiguieron su combate, heroico o diario, siempre modesto, por un mundo más justo.
Obligados por las circunstancias a incorporarse a mundo del taller o del tajo a los 10 o 12 años, estos hombres y estas mujeres del anarcosindicalismo español desarrollaron una actividad editorial inaudita que deja atónitos a historiadores y especialistas.
Ayer todavía, después de haber administrado la librería de la CNT española durante años, tanto en el local como en los mítines de la Mutualité, y participado en el envío de la prensa desde la imprenta de Gondoles, Francisco Roldán contribuía a la continuidad del boletín que mantienen los cenetistas españoles “del exterior” como se dice ahora.
En el último número, hace apenas un mes, en cabeza de la columna “Suscripciones” se puede leer: “Francisco Roldán, Drancy, 32 €”; y un poco más abajo: “Francisco Roldán, Drancy, 50 €”. Tenía 95 años y apenas unas semanas más de vida. Incluso dejó 50 € más, a título póstumo.
Sin embargo, son estos compañeros, tan enraizados en el presente, que algunos, encaramados en sus miserables pedestales intelectuales, tildaron de semianalfabetos, juzgaron incapaces de entender el verdadero discurrir del mundo, calificaron de nostálgicos o de inmovilistas.
Aunque queden pocos, estos veteranos de las barricadas de Barcelona o de las colectividades de Aragón tienen claraconciencia que su fuerza manó y todavía sigue manando de la acción colectiva. Sin ellos, el 33 rue de Vignoles no existiría. Sin ellos, sin las horas y horas de permanencias asumidas por Francisco Roldán, sin su mera presencia amistosa, ¿sería la CNT francesa exactamente lo que es hoy?
Para nosotros que fuimos los jóvenes de otra época como para los auténticos jóvenes de hoy, Francisco Roldán seguirá siendo el compañero risueño, el respetuoso burlador, la memoria repleta de picardía que alegraba la austeridad del lugar y de los temas que ahí se debaten.
Poeta a ratos, pero sin pretensiones, animador bonachón de los espectáculos y las tómbolas de rue de Vignoles, catalán hasta la punta del bigote pero internacionalista como nadie, trabajador incansable al servicio de la causa que abrazó desde sus años mozos así es el Francisco Roldán que hemos conocido.
Lo demás, todo lo demás, le pertenece…
Sabemos que le vamos a añorar, como le añora ya su familia y como añoramos a sus compañeros hoy desaparecidos.
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