¡Quema el dinero y baila!
Ahora nos dicen que hay crisis y nos mienten, tanto como cuando anunciaban la prosperidad de las vacas mutantes engordadas con transgénicos y química y plástico. Porque la recesión y la expansión son una farsa, los dos movimientos de avance y retroceso de la misma ola de servilismo, explotación y miedo que te voltea y te ahoga a ti, a mí, a nosotros, esclavos del salario que vivimos una crisis eterna ya que vivir es pagar por cada acto que se realiza y por cada sueño que se alienta, y ay del que se atreva a actuar y a desear fuera y contra el mercado.
Ahora nos dirán que la crisis tiene una causa concreta y razonable, que sólo ha fallado una pieza del sistema, que la avaricia es mala consejera y que errar es humano, pero no importa porque ha llegado el Rey Mago Baltasar con su saco repleto de promesas para refundar el capitalismo y repintar las baldosas que llevan a la Ciudad Esmeralda, pues Oz y su espectáculo deben continuar, y esto es entretenimiento. Y nos seguirán mintiendo, porque el capitalismo no tiene cura: es la crisis que se reproduce a sí misma arrasando hombres, mujeres, culturas y tierras, hasta la consunción definitiva del planeta.
Por eso es necesario destruir de una vez para siempre esa recesión y esa prosperidad y esa economía que tanto preocupan a algunos. Por eso quemamos el dinero, tótem y tabú, corazón y sangre, abstracción y realidad máximas del capitalismo: para acelerar la crisis destruyendo la riqueza de sus naciones, para que la recesión receda hasta ahogarse en su propio vómito financiero, para que se diluya la economía y resurja la vida. Porque el dinero que tanto se adora es tan falso como todo lo demás, humo pestilente que tendremos que disipar hasta que se aclare el gran día.
Se dirá quizás que ese dinero no nos pertenece, que forma parte del producto interior bruto y de la renta nacional y del tesoro real, monstruosidades malditas que empañan lo que una vez fueron las relaciones humanas de producción comunitaria, de intercambio, de regalo y de don. Pero, ¿acaso no nos lo habíamos ganado con el sudor de la frente? ¿No era nuestro, a cambio del trabajo, del tiempo de vida que hemos malvendido? Entonces nos queremos permitir el lujo gozoso de destruirlo, lujo que sin embargo está al alcance de cualquier bolsillo porque tan sólo se trata de estar harto, y de atreverse. Y si nos damos el capricho gratuito de destruirlo es simplemente porque no hemos encontrado ninguna otra utilidad mejor o que valga más la pena, y todo lo que se pueda hacer con ese dinero, ahorrarlo e invertirlo para que crezca y se multiplique como si fuera un virus, o gastarlo para comprar basura de última generación, consumir distracciones insípidas, subir pensiones de risa, pagar hipotecas vampíricas, o financiar campañas para reivindicar reformas lamentables, son otras tantas excusas que nos atan a la economía a la vez que la refuerzan. Ha llegado el momento de cortar semejante cordón umbilical: negamos el capitalismo, y por lo tanto no queremos su dinero.
Por eso lo quemamos, quemando de paso el tren de la economía con los listones de papel que forman sus vagones, y toda su mercancía. Y nos despedimos recordando, por si hubiera alguna duda, que en el mundo que todavía llevamos en nuestros corazones existirá el baile, pero no el dinero.
¡Crisis! ¡Más crisis!
1929…1973…2008… ¡a la tercera será la vencida!
¡Quema el dinero y baila!
Los críticos crónicos
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