La militarización conduce a formas de control social que en nada envidian a las utilizadas por las dictaduras de los años 70: de las cámaras de video a las cámaras de tortura, pasando por las desapariciones y masacres, el régimen echa mano de todos los recursos para establecer nuevas condiciones de esclavitud. A la barbarie de los decapitados, “encobijados”, “pozoleados” y demás salvajismos con que los medios nutren el miedo social, se suman las “altas tecnologías” del espionaje electrónico (teléfonos e internet), así como las ofertas de importar mercenarios “que sí puedan” exterminar a los criminales. De este modo, el miedo y el silencio aparecen como las recetas mágicas salidas de los manuales de guerra sicológica para acostumbrar los medios a la “auto-censura”, consiguiendo también que la población sea mucho menos sensible a la violencia estatal y paramilitar dirigida contra los movimientos sociales.
Puede sonar exagerado hablar de “nueva esclavitud”, pero tal es la apuesta de los poderosos: los grandes empresarios, nacionales y extranjeros, el gobierno de Estados Unidos y los neoliberales de México están decididos a derribar todos los obstáculos que les impiden aumentar sus ganancias y su control sobre el país. Se trata de apropiarse de las riquezas naturales y explotar con mayor intensidad a los trabajadores mexicanos. Los ejemplos sobran. Miremos los alcances de la ofensiva de patrones y políticos contra toda la población:
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