Durante unas horas el presidente francés Nicolas Sarkozy tuvo un déjà vu. Decenas de jóvenes quemaban más de 60 coches, destrozaban vidrieras y se enfrentaban despojados de cualquier temor a los policías. Esta vez la ira de los jóvenes se sintió en Grenoble, una hermosa ciudad al pie de los Alpes, en el sudeste del país, pero el disparador fue el mismo: un joven de los barrios marginales baleado por la policía.
El jueves la policía local había matado a Karim Boudouda, de 27 años, que, según el novelesco relato policial, venía de robar un casino en Uriage-les-Bains. Más tarde, la policía informó que (casualmente) encontraron decenas de miles de euros en el auto del sospechoso, quien además tenía tres condenas por robo a mano armada en su haber. Boudouda "estaba armado" y, siempre según la hollywoodesca versión oficial, abrió fuego contra los oficiales mientras escapaba. Hirió a uno de los policías antes de caer y su cómplice logró huir.
Pero en el barrio popular de La Villeneuve, donde vivían los dos jóvenes, muchos no creyeron la versión oficial. Según informó el diario Le Figaro, un imán [religioso musulmán] encabezó el funeral el viernes por la tarde en un parque, frente a centenares de jóvenes que sostenían que la policía no había actuado en defensa propia, sino que Boudouda había sido ejecutado.
Después del cierre de la ceremonia habrían comenzado los incidentes. Ya había caído la noche y el reloj marcaba la medianoche. Los jóvenes, que se habían congregado para recordar a su amigo, empezaron tomando un tranvía con pasajeros y quemando las vías después de permitirles bajar del vehículo. Para cuando la policía llegó, los manifestantes ya habían dejado ir a los pasajeros y se estaban armando con piedras y bombas molotov. Según versiones periodísticas, se oyó un par de disparos, pero no se registró ninguna víctima.
Como ocurrió en 2005 cuando una multitud de jóvenes tomó el control de los suburbios de París en protesta por el asesinato de dos de los suyos, que según otra novelesca versión oficial se habían electrocutado al intentar escapar de la policía, en la madrugada del sábado el objetivo predilecto fueron los coches estacionados en las calles. Al menos 60 vehículos ardieron durante toda la noche y para cuando la policía logró controlar la situación y el cielo se aclaró, había cuadras enteras con coches carbonizados.
Al mediodía llegó el ministro del Interior de Sarkozy, Brice Hortefeux. “Vamos a reaccionar rápido, y cuando digo rápido quiero decir de inmediato”, prometió no bien entró a la comisaría local. Anunció que ya había ordenado el traslado de tres unidades de élite de la policía nacional para reforzar la seguridad de la ciudad. “Para garantizar el orden ahora y durante todo el tiempo que sea necesario hasta que se restablezca la calma”, agregó.
El fiscal de Grenoble, Jean-Philippe, aprovechó la visita del ministro del Interior para "garantizar" (tal como hicieron en 2005) ante las cámaras de televisión que la policía "había actuado en legítima defensa". Se negó a aceptar las acusaciones de los jóvenes que la noche anterior habían salido a protestar llenos de bronca y, siguiendo la tradicional actitud oficial, esquivó referirse a los pedidos de una investigación sobre la actuación de las fuerzas represivas.
Pero a pesar de los dramáticos relatos de algunos de los principales medios de Francia, los enfrentamientos de Grenoble están aún muy lejos de convertirse en una crisis nacional como sí lo fueron los disturbios en los suburbios parisinos en 2005. Esa vez duraron tres semanas, se expandieron por todo el país y hasta alcanzaron a países vecinos, como Holanda y Bélgica, se quemaron 300 edificios, más de diez mil autos, 130 policías resultaron heridos y ni se sabe cuántos jóvenes, y hasta hicieron tambalear al entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy.
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