En un mitin electoral de enero de 1936 un militante anarcosindicalista tocó el tema del nacionalismo catalán, cosa no demasiado frecuente, porque era un asunto que no solía interesar, ni poco ni mucho, a los cenetistas.
Argumentaba el orador del mitin que no se trataba de crear más fronteras, sino de suprimirlas todas. No se trataba tampoco de crear un nuevo Estado, en este caso el Estado catalán, ni tampoco se intentaba fortalecer el Estado centralista español. Lo que querían los anarcosindicalistas era suprimir todos los Estados. Esa era la posición teórica y práctica de la CNT en los años treinta. La solidaridad de los obreros era la solidaridad internacional de todos los trabajadores, que pasaba por supuesto por la solidaridad local de toda la clase obrera, fuera cual fuese la lengua y cultura de cada cual. Y la lucha obrera era la lucha de clases de todos los trabajadores contra la patronal y sus Estados.
El orador, muy aplaudido, concluyó que los cenetistas debían suprimir todas las fronteras, todos los Estados, toda policía, todo ejército y toda opresión. No se trataba, pues, de levantar otra frontera y fundar otro Estado, sino de construir un nuevo mundo solidario, sin paro ni explotación del hombre por el hombre, que “ya estaba creciendo en nuestros corazones”.
La CNT de los años treinta tenía una férrea posición de clase sobre la cuestión nacional. La clase obrera era internacional e internacionalista y no debía desfilar nunca tras ninguna bandera nacional. La bandera rojinegra combinaba la antibandera negra, negación de todo color y toda patria, así como antítesis rebelde de la bandera blanca de rendición, con la bandera roja de la revolución social.
La historia se repite, ahora como farsa. Y el 10 de julio de 2010 se programa, en Barcelona, una manifestación por la defensa de un Estatut, que sólo importa a unos profesionales de la política, absolutamente desprestigiados por su incompetencia y la corrupción generalizada, su torpeza natural y sus embrollos personales. Mientras tanto, los medios de comunicación exaltan el nacionalismo barato de la selección española de fútbol, y gobierno e instituciones manipulan un fácil patrioterismo y un huero triunfalismo, que compite desde la jarana futbolera con el victimista nacionalismo catalanista. En fin, una caricatura ridícula de la pugna entre dos nacionalismos, que a pocos importa realmente y que no conduce a ninguna parte. La mani del sábado 10 puede ser ensordecida por la triunfal fiesta del domingo 11.
Pero ¿qué más da? El lunes 12, la asamblea de los trabajadores del metro de Madrid ha de enfrentarse a las dos grandes centrales sindicales del país, y a las presiones y amenazas de despido, que disparan desde las instituciones estatales sobre quienes no respeten los servicios mínimos. Ahí si que nos la jugamos. Esa sí que es nuestra batalla y nuestro partido, esa sí que es nuestra lucha y nuestro equipo. Ahí si que hay que desfilar y solidarizarse. Lo otro son sólo fuegos de artificio del fin de semana.
Mi selección es la clase obrera: ¡esa sí que es “la Roja”!
Agustín Guillamón. Barcelona, 9 de julio de 2010.
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