Dentro del tradicional tira y afloja por el nuevo convenio colectivo, unos 2.000 trabajadores de Telefónica se concentraron el 26 de Junio de este año en el Distrito C de Las Tablas “para denunciar la inminente firma del Convenio por parte de las organizaciones estatales de CC.OO. y UGT”; en el curso de la protesta, se rompen algunos cristales de los locales de los sindicatos citados, profiriéndose los habituales gritos de rigor más o menos insultantes y amenazantes. Aprovechando estos hechos, y a instancias de los amarillos que según ellos estuvieron “a un paso de ser asesinados”, Telefónica despide a cinco de los sindicalistas díscolos, y sanciona a otros cuatro a 45 días sin empleo y sueldo. Santander y Santiago de Compostela no sólo están hermanados por la letra s y por el clima lluvioso: una ordenanza municipal, que por otro lado se está generalizando a muchas otros lugares, prohíbe el reparto de publicidad callejera con la excusa del decoro público y la lucha contra el cambio climático; naturalmente, nadie hace caso de una ordenanza que casi todos ignoran, pero que se aplica especialmente cuando se reparten octavillas que denuncian los desmanes varios de los variados caciques, con la consecuencia de la detención, la denuncia, el juicio y la multa, cuando no la cárcel. En Valencia, los aburridos profesores de la ESO que protestan contra la umorosa versión bilingüe de Educación para la Ciudadanía de un gobierno ganado definitivamente por la ´patafísica que asola esas tierras, tienen que explicar a sus incrédulos alumnos que “claro que se puede protestar (…) hay que protestar cuando creemos que se nos impone algo que es una pérdida de tiempo y un desatino” (El País, 17-9-2008). Cuando un adolescente ha perdido el instinto de la protesta y la rebelión y es necesario explicárselo, cuando repartir propaganda política es delito, cuando los más nimios altercados, que hace solamente 10 años no hubieran llamado la atención, permiten despedir y sancionar impunemente en nombre del pacifismo de Estado amenazado por “los violentos” (1), es que una enfermedad moral o una vacuna del espíritu ha penetrado en el cuerpo social para desinfectarlo, para castrarlo, para acostumbrarlo a la obediencia, el conformismo y el miedo.
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