Los regímenes árabes no pueden ocultar lo que está sucediendo en Túnez y Argelia. Lo que sí hacen es elevar el nivel de la propaganda y anunciar todo tipo de horribles tragedias si no se permite a los gobiernos seguir tratando a sus ciudadanos como menores de edad.
Se suele decir que los países árabes tienen una bomba demográfica en su interior. Poblaciones con un altísimo porcentaje de jóvenes que se incorporan cada año en oleadas al mercado laboral donde no hay nada que les espere. En los últimos 30 años se ha producido una explosión demográfica (pdf) en el mundo árabe. La población total ha pasado de 173 millones en 1980 a 352 millones en 2009. La proyección es que llegue a 428 millones en 2020.
El índice de fertilidad ha ido descendiendo pero ni de lejos al nivel del resto del mundo. Al mismo tiempo, se ha producido un descenso de la mortalidad por la progresiva mejora de las condiciones sanitarias. La proporción de niños de hasta 14 años ha bajado del 44% al 33%, pero los efectos del aumento demográfico anterior se van a soportar durante décadas. En total, los que tienen menos de 25 años son el 47,5% de la población argelina, y el 52,3% de la egipcia.
En varios de estos países, el aumento de la población urbana (ha ido del 44% al 54% en los últimos 30 años) revela que las oportunidades económicas son cada día menores en el mundo rural. Los países desarrollados han pasado también por ese proceso pero sin tantos conflictos sociales. Los jóvenes de los pueblos que han inundado Casablanca, Argel, El Cairo o Bagdad no tienen más opción que residir en arrabales en condiciones de vida indignas y sin ningún horizonte de progreso.
El acceso a la universidad es una trampa dilatada en el tiempo. Los títulos sirven de poco sin puestos de trabajo. Un jóven árabe sin dinero y escasa formación, humillado por las fuerzas de seguridad, incapaz de casarse porque no tiene medios para mantener a una familia o casado pero forzado a vivir con su mujer en una habitación de la casa familiar... Esa es una mezcla de la que es difícil que salga nada bueno.
¿Es esa la receta para una revolución en ciernes o largos periodos de violencia que sirven para liberar esa tensión contenida? ¿Sin una ideología de izquierdas o derechas que haya echado raíces en la sociedad por culpa de la represión, queda la religión en su versión más intransigente como la única fuerza que puede dar sentido a los sentimientos de protesta? La tentación de generalizar sobre países muy diferentes es grande. Lo que es seguro es que las perspectivas son sombrías.
Destituir al ministro de Interior y llamar "terroristas" a los manifestantes, como ha hecho el dictador de Túnez, Ben Alí, es la reacción típica en estos gobiernos. La han utilizado en multiples ocasiones y les ha funcionado bien. No será así siempre.
El dictador tunecino ha destituido a todo el Gobierno y convocado elecciones para dentro de seis meses. En un régimen en el que el Gobierno reúne en las urnas cerca del 90% de los votos, no parece que ése sea un compromiso muy creíble. Se ha declarado el estado de emergencia y las manifestaciones ya son masivas también en la capital. Las imágenes hacen pensar que la única posibilidad de salvar al régimen es un baño de sangre. Los soldados que han saludado a manifestantes pueden causar algún malentendido, porque la Policía sigue disolviendo las concentraciones con gran violencia.
Se ha impuesto un toque de queda desde las cinco de la tarde hasta las siete de la mañana. Las reuniones en la calle de más de tres personas (prohibido reírse) serán eliminadas por la fuerza. Para los que quieren el fin de la represión y la corrupción en Túnez, es ahora o nunca.
Al igual que en otras revueltas, la información es confusa, incluida la que surge en Twitter. Está claro que la movilización es general, en distintas zonas del país, tanto en la capital como en las zonas turísticas. Ben Alí prometió ayer el fin de la represión. Pero ahora ve que su permanencia en el poder está en el aire y ha vuelto a ordenar a las fuerzas de seguridad que empleen todos los medios a su disposición, incluidas las armas.
Una rebelión en la calle, no en las pantallas
Tres presidentes en Túnez en menos de 24 horas. No está mal para un país que sólo había tenido dos desde la independencia. El primer ministro se autoproclamó presidente en funciones muy poco después de que Ben Alí huyera con destino a Arabia Saudí. Eso reforzaba la sospecha de que el primer relevo fue en realidad un golpe de palacio, más si tenemos en cuenta que el nuevo presidente llevaba desde 1999 al frente del Gobierno. El mismo tipo al que los tunecinos llamaban el señor Sí, porque ésa era la respuesta que daba siempre al dictador.
Hoy es el presidente del Parlamento el que ha asumido el poder, también de forma interina, como dicta la Constitución. Por tanto, aún es prematuro dar por concluido al régimen tunecino. Está por ver si se cumplirán las promesas realizadas, en especial la celebración de elecciones dentro de seis meses.
Más allá de todas las dudas, lo que es indudable es que se trata de la primera rebelión popular que ha triunfado en Oriente Medio y el Magreb desde 1979, la zona del mundo en la que las tiranías se mantienen imperturbables y donde hasta en las repúblicas el poder se transmite de padre a hijo.
Siempre se ha dicho que todas las fuerzas liberalizadoras que han sacudido al planeta en los últimos 30 años no podrían echar raíces en el mundo árabe por distintos factores: el retraso tecnológico, una sociedad civil endeble, la influencia de la religión y el poder de los mecanismos represivos.
Ya tenemos un ejemplo diferente. Y uno que no está dominado por la religión.
*****
To the tyrants of the Arab world...
Revolution in Tunisia: photo gallery
Tunisia and the New Arab Media Space
The Tunisian Moment
Se suele decir que los países árabes tienen una bomba demográfica en su interior. Poblaciones con un altísimo porcentaje de jóvenes que se incorporan cada año en oleadas al mercado laboral donde no hay nada que les espere. En los últimos 30 años se ha producido una explosión demográfica (pdf) en el mundo árabe. La población total ha pasado de 173 millones en 1980 a 352 millones en 2009. La proyección es que llegue a 428 millones en 2020.
El índice de fertilidad ha ido descendiendo pero ni de lejos al nivel del resto del mundo. Al mismo tiempo, se ha producido un descenso de la mortalidad por la progresiva mejora de las condiciones sanitarias. La proporción de niños de hasta 14 años ha bajado del 44% al 33%, pero los efectos del aumento demográfico anterior se van a soportar durante décadas. En total, los que tienen menos de 25 años son el 47,5% de la población argelina, y el 52,3% de la egipcia.
En varios de estos países, el aumento de la población urbana (ha ido del 44% al 54% en los últimos 30 años) revela que las oportunidades económicas son cada día menores en el mundo rural. Los países desarrollados han pasado también por ese proceso pero sin tantos conflictos sociales. Los jóvenes de los pueblos que han inundado Casablanca, Argel, El Cairo o Bagdad no tienen más opción que residir en arrabales en condiciones de vida indignas y sin ningún horizonte de progreso.
El acceso a la universidad es una trampa dilatada en el tiempo. Los títulos sirven de poco sin puestos de trabajo. Un jóven árabe sin dinero y escasa formación, humillado por las fuerzas de seguridad, incapaz de casarse porque no tiene medios para mantener a una familia o casado pero forzado a vivir con su mujer en una habitación de la casa familiar... Esa es una mezcla de la que es difícil que salga nada bueno.
¿Es esa la receta para una revolución en ciernes o largos periodos de violencia que sirven para liberar esa tensión contenida? ¿Sin una ideología de izquierdas o derechas que haya echado raíces en la sociedad por culpa de la represión, queda la religión en su versión más intransigente como la única fuerza que puede dar sentido a los sentimientos de protesta? La tentación de generalizar sobre países muy diferentes es grande. Lo que es seguro es que las perspectivas son sombrías.
Destituir al ministro de Interior y llamar "terroristas" a los manifestantes, como ha hecho el dictador de Túnez, Ben Alí, es la reacción típica en estos gobiernos. La han utilizado en multiples ocasiones y les ha funcionado bien. No será así siempre.
El dictador tunecino ha destituido a todo el Gobierno y convocado elecciones para dentro de seis meses. En un régimen en el que el Gobierno reúne en las urnas cerca del 90% de los votos, no parece que ése sea un compromiso muy creíble. Se ha declarado el estado de emergencia y las manifestaciones ya son masivas también en la capital. Las imágenes hacen pensar que la única posibilidad de salvar al régimen es un baño de sangre. Los soldados que han saludado a manifestantes pueden causar algún malentendido, porque la Policía sigue disolviendo las concentraciones con gran violencia.
Se ha impuesto un toque de queda desde las cinco de la tarde hasta las siete de la mañana. Las reuniones en la calle de más de tres personas (prohibido reírse) serán eliminadas por la fuerza. Para los que quieren el fin de la represión y la corrupción en Túnez, es ahora o nunca.
Al igual que en otras revueltas, la información es confusa, incluida la que surge en Twitter. Está claro que la movilización es general, en distintas zonas del país, tanto en la capital como en las zonas turísticas. Ben Alí prometió ayer el fin de la represión. Pero ahora ve que su permanencia en el poder está en el aire y ha vuelto a ordenar a las fuerzas de seguridad que empleen todos los medios a su disposición, incluidas las armas.
Una rebelión en la calle, no en las pantallas
Tres presidentes en Túnez en menos de 24 horas. No está mal para un país que sólo había tenido dos desde la independencia. El primer ministro se autoproclamó presidente en funciones muy poco después de que Ben Alí huyera con destino a Arabia Saudí. Eso reforzaba la sospecha de que el primer relevo fue en realidad un golpe de palacio, más si tenemos en cuenta que el nuevo presidente llevaba desde 1999 al frente del Gobierno. El mismo tipo al que los tunecinos llamaban el señor Sí, porque ésa era la respuesta que daba siempre al dictador.
Hoy es el presidente del Parlamento el que ha asumido el poder, también de forma interina, como dicta la Constitución. Por tanto, aún es prematuro dar por concluido al régimen tunecino. Está por ver si se cumplirán las promesas realizadas, en especial la celebración de elecciones dentro de seis meses.
Más allá de todas las dudas, lo que es indudable es que se trata de la primera rebelión popular que ha triunfado en Oriente Medio y el Magreb desde 1979, la zona del mundo en la que las tiranías se mantienen imperturbables y donde hasta en las repúblicas el poder se transmite de padre a hijo.
Siempre se ha dicho que todas las fuerzas liberalizadoras que han sacudido al planeta en los últimos 30 años no podrían echar raíces en el mundo árabe por distintos factores: el retraso tecnológico, una sociedad civil endeble, la influencia de la religión y el poder de los mecanismos represivos.
Ya tenemos un ejemplo diferente. Y uno que no está dominado por la religión.
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